08.06.2006. ¡Catalanes! Nuestro pueblo ha sido, desde sus orígenes, amante de sus tradiciones y libertades; fiel a la religión de nuestros padres, a la fe que nos fundó y fecundó. Nuestro pueblo ha sido cultivador de sus lenguas y peculiaridades y, con la misma intensidad, hermano de nuestros hermanos los pueblos de las Españas.

       El pueblo catalán siempre ha sido defensor de sus fueros y enemigo de centralismos y “afrancesamientos”. Ello lo demuestra su resistencia a Felipe V, y sus influencias modernizadoras, por la que perdió sus fueros en 1714. Igualmente, el pueblo catalán se alzó en armas contra la revolucionaria República francesa, en la Guerra Gran, en 1793. Los catalanes resistieron la invasión napoleónica en la Guerra de la Independencia y en Cataluña se constituyó la Regencia de Urgell, durante el trienio liberal de 1820 a 1823, contra la Constitución de Cádiz y el modelo de Estado liberal que surgía de ella. Asimismo el pueblo catalán se volvió a levantar en armas en la llamada Guerra dels agraviats o malcontents, en 1827, contra el liberalismo afrancesado y al grito de “Mori el mal govern”. Y a este conflicto le sucedieron tres guerras civiles contra el liberalismo: la «primera guerra carlista» entre 1833 y 1840; la de los matiners, de 1846 a 1849; y la «segunda guerra carlista» de 1872 a 1876.

             Durante un siglo, Cataluña se resistió a las embestidas modernizantes, liberales, y centralizadoras, reivindicando -con las armas- su deseo de pervivir en su tradición medieval y cristiana, que le dio su ser y sentido a su existencia. El liberalismo representó el espíritu “botifler”, o extranjerizante, y fue profundamente rechazado por nuestros antepasados. Durante un siglo, Cataluña manifestó, como posiblemente ningún otro pueblo, su voluntad de ser fiel a sus raíces. En todas estas manifestaciones de vitalidad no hubo asomo de reivindicación nacionalista, ni mucho menos secesionista, antes bien Cataluña manifestó su profundo amor a las Españas, asumiendo un protagonismo “capdavanter” para devolver a España sus viejas constituciones y fueros. Por ello, en 1874, el Rey Carlos VII juró devolver al pueblo catalán los fueros y libertades que nos habían sido arrebatados. Pero la victoria del carlismo no llegó y la revolución liberal sumió a España en una profunda crisis que culminó con el desastre de 1898.

             Coincidiendo con la pérdida de Cuba y Filipinas, un nuevo fenómeno irrumpió en la sociedad catalana: el nacionalismo. En sus orígenes, aunque bajo apariencias tradicionales y conservadoras, el catalanismo portaba la semilla liberal contra la que habían luchado los catalanes del siglo XIX. Lo que el liberalismo no había conseguido en los campos de batalla -derrotar el espíritu tradicional catalán-, lo consiguió a través del catalanismo. La primera manifestación política de este nacionalismo fue la Lliga regionalista. La Lliga representaba a una “burguesía” sin Estado que quiso “modernizar” España para su propio provecho. Pero sus políticas erráticas y estrategias egoístas propiciaron la caída de la dinastía liberal y abrieron las puertas al triunfo electoral de Esquerra Republicana de Catalunya. La llegada de la II República, y su debilidad intrínseca, permitieron el Estatuto de 1932. Aunque muchos buenos catalanes acogieron ese Estatuto como una recuperación de las viejas libertades, la realidad fue otra. El gobierno autonómico de ERC aprovechó ese nuevo régimen legal para preparar la disolución de la propia República, culminando este proceso con la efímera proclamación del Estat Català en 1934.

             Las convulsiones políticas de la República y su carácter anticristiano nos abocaron a la Guerra Civil. En Cataluña, la connivencia del catalanismo con los movimientos revolucionarios llevaron a que se consumara una de las persecuciones más sangrientas de nuestra historia. En nombre de “Cataluña” y bajo la autoridad de la Generalitat, gobernada por ERC, miles de catalanes murieron asesinados. Muchos de ellos, verdaderos mártires, eran catalanes que entroncaban, en sus ideales y creencias, con aquella Cataluña que se pergeñó en la Edad Media. Por contra, en nombre de una inexistente “Cataluña”, el nacionalismo se entregaba a movimientos internacionalistas y revolucionarios. Durante la Guerra Civil, el gobierno de la Generalitat sirvió, como auténtico “botifler”, a intereses e ideologías ajenas al sentir catalán. Mientras, la verdadera Cataluña luchaba en el Ejército nacional, encuadrada en una unidad enteramente catalana: el Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat.

             Tras el franquismo, el desconcierto de la transición democrática y la debilidad de cierta clase política, permitieron la aprobación del Estatuto de 1979. Este fue un Estatuto refrendado sin mucho entusiasmo y con una baja participación por parte de la sociedad catalana. Tras las primeras elecciones democráticas, y por el famoso “Pacte del progrés”, Convergència Democràtica de Catalunya, asumía el poder. La situación era paradójica: los partidos no nacionalistas habían obtenido la mayoría de votos, pero entregaban el poder al nacionalismo. Durante 23 años, el gobierno omnipresente de CiU -sobre todo en la cultura, los medios y la educación- ha preparado una nueva generación de votantes nacionalistas. CiU, cual nueva Lliga, ha abierto las puertas del protagonismo político a Esquerra Republicana de Catalunya, transformando así el panorama político catalán.

             Las convulsas elecciones generales de 2004, mediatizadas por la tragedia de unos oscuros  atentados, han entregado el poder a un gobierno socialista dispuesto a retomar la España revolucionaria anterior a la Guerra Civil. El Estatuto que se propone a refrendo el próximo 18 de junio sólo puede entenderse desde esta perspectiva histórica. Este Estatuto es un paso más de un largo proceso revolucionario cuyo objetivo es destruir España secesionando y matando Cataluña. Ante ello los catalanes reafirmamos nuestra voluntad de seguir siendo catalanes y, por tanto, españoles.

             El texto que se propone representa la instauración, casi definitiva, de un sistema estatalizante, centralizador e intervencionista cuya finalidad es construir una “Nación” que nada tiene que ver con la verdadera Cataluña. Este Estatuto representa -ni más ni menos- aquello contra lo que lucharon los catalanes en 1714. Este Estatuto es fruto del delirio de una clase política divorciada de la sociedad catalana. Por eso, ante este proyecto, sólo cabe afirmar sin desfallecer: ¡Más sociedad y menos Estado!

             Este Estatuto significa, también, un salto cualitativo en el control educativo y anuncia la muerte de la educación religiosa. Además, en él, se entronizan legalmente auténticos males morales como el aborto, la eutanasia o “nuevos modelos familiares” que ningún católico puede tolerar. Los primeros catalanistas quisieron hacer suya la sentencia de Torras i Bages: “Catalunya serà cristiana o no serà”. Los catalanistas de hoy niegan que Cataluña deba ser cristiana. Pero la muerte pública de nuestra religión derivará necesariamente en la muerte de la verdadera Cataluña. Por eso, lanzamos este grito: ¡Cataluña sé tú misma! ¡Cataluña vuelve a tus raíces!

              ¡Catalán! Di NO a este Estatuto.  Di NO al centralismo político de la Generalitat, Di NO a la muerte de Cataluña. ¡Catalanes! Gritad con nuestros antepasados: “¡Mori el mal govern!”, “Visca els furs”, “Visca Catalunya espanyola” ¡La Tradició mai no morirà!

             Comunión Tradicionalista Carlista

            Junta Regional del Principado de Cataluña

            Cataluña, 8 de junio de 2006, festividad del Corpus Christi.