03.10.07. En las primeras páginas del libro “El Terror Rojo”, recoge Javier Esparza, su autor, una frase de Cambó, según la cual fue la Iglesia misma la culpable de la persecución que sufrió. Decía así el político catalán: “Si hubieren sido apóstoles, hoy no serían mártires”. Esparza admite la posibilidad de que la afirmación fuera adecuada para una época anterior a al República, pero no para después de 1930.
Pues tampoco para los años anteriores a la República. Aunque aparentemente la Jerarquía seguía vinculada a la farsa de monarquía que España padecía desde 1833, una gran parte de la Iglesia, la mejor, estaba junto al pueblo, trabajaba en beneficio del pueblo y hacía apostolado entre el pueblo.
Los gobiernos de Isabel (II) hicieron todo lo posible para eliminar la influencia de la Iglesia, para apartar a los españoles de la Fe. Mediante la desamortización el Estado se apoderó de los bienes de muchas fundaciones que servían para sostener instituciones de caridad y enseñanza, con las que la Iglesia realizaba su apostolado entre los más desfavorecidos. Con la exclaustración y supresión de comunidades religiosa amplios sectores de la sociedad española, especialmente los más humildes, quedaron desasistidos espiritualmente. La culpa de esa falta de apostolado hay que cargarla a los liberales, a los correligionarios del Sr. Cambó.
La Iglesia reacciona. Es impresionante la cantidad de congregaciones que se fundan durante la Restauración y la expansión que experimentan otras ya existentes. La mayor parte dedicadas a la enseñanza y a la atención de enfermos y ancianos. Todo ello sin la menor ayuda del Estado y teniendo que soportar muchos trámites legales. También el Estado reaccionó y a punto estuvo de prohibir la enseñanza a los religiosos con la famosa “Ley del Candado” de 1911
Fueron mártires, precisamente porque habían sido apóstoles. Todos los intentos de asociar la persecución religiosa a una posible alineación de la Iglesia con las clases dominantes, carecen de fundamento. Al contrario: una mirada imparcial sobre los campos en que las congregaciones religiosas ejercían su apostolado nos hará ver la cantidad de escuelas, regidas por religiosos, en que eran instruidos los hijos de los trabajadores.
La persecución a la Iglesia sólo es explicable por un odio a la misma inculcado en el pueblo por quienes se proclamaban sus redentores. Por quienes nada hacían por él, salvo buscar una fuerza para sus violencias mientras no sólo lo mantenían en su ignorancia, sino que les embaucaban con utopías.
Fueron décadas de propaganda anticatólica, tolerada por una monarquía que se titulaba católica. Para las clases superiores, la universidad infiltrada por las Institución Libre de Enseñanza. Para el pueblo bajo, periodicuchos plagados de burlas y calumnias contra la Iglesia y el clero, como “Fray Lazo”, “La Traca”. “El Ruido” y demás.
La labor de la Iglesia junto al pueblo fue importante. Pero no pudo llenar el vacío que había dejado la persecución del siglo XIX. Además los enemigos eran muchos, muy poderosos, muy variados y perfectamente organizados.
Sabían a dónde dirigían sus tiros. Ya durante la Semana Trágica de Barcelona, “pagaron el pato” las escuelas católicas que en los barrios barceloneses, enseñaba a los hijos de los obreros. Los claretianos, de reciente fundación para misionar en los ambientes más humildes, presentan el mayor número de martirizados. Siguen los franciscanos, la orden que exalta la pobreza. Luego van escolapios, maristas y lasallianos, que ejercían la enseñanza preferentemente en ambientes humildes. Impresionan e indignan los martirios de los frailes de San Juan de Dios arrancados de los hospitales donde atendían a los enfermos más necesitados. Nada digamos de la inmensa legión de sacerdotes rurales que atendían los pueblos más pobres de la geografía española. Repetimos que sabían a dónde dirigían sus tiros: hicieron los mártires entre los mejores de los apóstoles.
Mención especial hemos de hacer del P. José Gafo Muñoz O. P. sus desvelos por los trabajadores le habían granjeado una cierta amistad con dirigentes de la UGT. También será beatificado el día 28 de octubre.
Con su brillante frase, que tanto habrá gustado a nuestros liberales católicos, siempre propensos a poner atenuantes a los desmanes de la Revolución y a echar a la Iglesia la culpa de todo, Cambó descubrió su esquema mental, según el cual la Religión debe servir para tener domesticados a los trabajadores.
En efecto: lamenta que la acción de la Iglesia no hubiera sido capaz de mantener a todo el pueblo apartado de las doctrinas marxista y anarquistas. Es la clásica mentalidad del burgués de derechas que considera útil la Religión por sus efectos en la moralidad de los pueblos. “El catecismo es bueno para los obreros; para que sean más humildes”. Frase que escuchamos en nuestra niñez en la representación de un entremés en la catequesis, puesta en boca de un señoriíto. Y está en perfecta sintonía con lo que dijo Voltaire (al menos eso dicen que dijo): “Si Dios no existiera, habría que inventarlo”.
La frase de Cambó es la expresión del egoísmo de una clase materialista, que prescinde de Dios pero que quiere la religión para otros, a quienes considera inferiores, para que se porten adecuadamente como “buenos chicos” y no perturben sus digestiones.
Carlos Ibáñez Quintana