21.01.08. Me llegan noticias de que Vd. ha publicado una respuesta al documento en el que el PSOE critica el acto del 30 de diciembre en la plaza de Colón. Sin haberlo leído, estoy seguro de que les habrá dejado Vd. K. O.  Es el resultado lógico de quien se enfrenta provisto de principios con quienes carecen de ellos y además vienen demostrando muy bajo nivel de inteligencia.

El problema que tenemos los católicos es que no sabemos convertir en acto la potencia de nuestros superiores principios. Más claro: la razón está de nuestra parte, somos más, pero son ellos quienes llevan el gato al agua. Esto viene sucediendo desde el final del primer tercio del siglo XIX.

Comenzó todo con un problema dinástico. Aparentemente para la Religión era lo mismo la victoria de unos que la de otro. Pero la Revolución de apoderó de las riendas del bando que defendía la usurpación del trono y comenzaron los padecimientos de la Iglesia en una España que hasta entonces había sido su brazo armado. En la que los católicos eran mayoría.

La defensa de la España católica se vinculó a una causa política. Ello motivó la neutralidad del Vaticano y de nuestra Jerarquía, que unida a la confusión que provocaba una dinastía que se proclamaba “católica como sus antepasados y liberal como su tiempo”, llevó a la división de los católicos, mientras la Revolución se asentaba en España.

Cierto es que, en rigor, ningún grupo católico puede atribuirse la representación de la Iglesia. Pero no menos cierto que solo el Carlismo defendía íntegros sus derechos.

Durante el último tercio del siglo pasado España fue el escenario de una lucha entre católicos. Unos defendían íntegros los derechos de la Iglesia, incluso como garantía de una auténtica libertad social. Otros se confesaban fervientes católicos, pero acusando a los otros de ineficaces, propugnaban un reconocimiento de las instituciones revolucionarias y como “mal menor” defender desde su seno los derechos de la Iglesia.

Como carlista no tengo reparo en reconocer que parte importante de la causa de nuestro fracaso, estuvo en nosotros mismos. Pero todos los errores en que pudieron incurrir nuestros antecesores, no son nada comparados con el CRIMEN que supuso llevar a las masas católicas a apoyar un liberalismo de baja graduación con el pretexto de “el mal menor”.

 Entonces éramos más y permitimos que fueran triunfando los que eran menos. Y el medio con que Satanás se sirvió para que los suyos triunfasen fue la inactividad política de los católicos atenazados por “el mal menor”.

 El Canónigo Magistral de Sevilla escribió en 1912 un opúsculo titulado: “Cual es el Mal menor y cual es el mal mayor”. Rebatía los argumentos de quienes pedían a los católicos votar a favor de los conservadores, infundiendo el temor de que “peor era la revolución”. “¿Qué viene la Revolución?”, preguntaba. “¡Que venga cuanto antes! ¡Que venga ya cuando nosotros somos muchos y ellos pocos! No esperemos a que ellos sean más”. La obra hubo de retirarla por imposición de la Jerarquía.

Sr. Dagnino: mientras no agarremos al toro por los cuernos, no haremos nada. El liberalismo, que no es sino la repetición de la tentación a Adán, tiene que ser combatido en todas sus manifestaciones. Del mismo no podemos admitir ni el sufragio universal inorgánico, que se ha demostrado como el mejor instrumento de los poderes ocultos para tiranizar a nuestro pueblo, haciéndole creer que es libre. Treinta años de persecución a la Iglesia en un pueblo de mayoría católica lo confirman.

Si los carlistas, como organización, hemos podido fracasar, los principios contenidos en el trilema “Dios, Patria-Fueros y Rey” están vivos. Ellos constituyen el fundamento de la futura España, si queremos que siga siendo España. Principios anteriores y superiores al Carlismo, de los que los carlistas no somos sino meros depositarios.

¿Surgirá un nuevo partido que los observe fielmente (pues los sucedáneos no valen) y lleve a los católicos españoles a la victoria que no hemos sabido alcanzar los carlistas?

Como quiera que sea, lo indudable es que el llevar a los católicos a votar por “el mal menor” debe cesar ya. En estas mismas elecciones.

Zortzigarrentzale