APLECH CARLISTA EN MONTSERRAT 2016
Domingo 23 de octubre de 2016. El tiempo amenazaba lluvia todo el fin de semana. Ello no echó para atrás a las familias carlistas de Cataluña que decidieron volver a Montserrat a renovar la entrega de la bandera a la Patrona, la Moreneta. Era ya el 77 aniversario de la primera ofrenda de los veteranos.
La Santa Misa fue oficiada, como viene siendo tradicional, por el Padre Cano. Y también como siempre. Con su homilía alentó a los asistentes y alertó de tantos peligros que corremos, especialmente por culpa del liberalismo. Llegó a afirmar que no se puede ser católico sin ser patriota, pues el patriotismo es una virtud cristiana y nos obliga por el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios. La Santa Misa acabó con el Virolai, siempre cantado con devoción y firmeza por los asistentes.
Tras la Santa Misa, se rezó un responso por los caídos ante la estatua del requeté abanderado. Luego, un representante de la Junta Regional se dirigió a los asistentes con estas palabras:
“Todos hemos oído decir que un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Pero a ello debemos añadir que un pueblo que olvida a sus mártires está condenado a repetir más cruelmente si cabe su historia. Estamos en una situación terrible, pues ya nadie quiere creer la verdad que les ofenda o ponga en duda sus creencias políticas. En un blog, publicamos los nombres de los más de 8.000 asesinados en Cataluña bajo el mandato de Companys entre 1936 y 1939. Algunos escribían que eso era imposible, que nos habíamos inventado los nombres.
¡Qué gran pecado no querer reconocer la verdad evidente y comprobable! En realidad todo tiene una explicación. Hoy los que se empeñan en preparar la independencia de Cataluña quieren mostrarnos a Companys como un mito. Y en cuanto tal, no puede ser responsable del horror que se vivió en Cataluña por aquellos años.
Pero el horror, los asesinatos e injusticia existieron. Y no fue por culpa de unos descontrolados sino que correspondió a un plan perfectamente pensado. Joan Peiró, un anarquista “moderado” de Mataró (Barcelona) escribía en la revista Combat: “La revolución es la revolución, y es lógico el derramamiento de sangre … Matar es un imperativo de la Revolución … el enemigo debe ser batido sin compasión, extgerminado inexorablemente”. Y así lo hicieron, pero no sólo los anarquistas, buena parte de los partidos políticos de izquierdas y catalanistas fueron también cómplices. La ahora purista y democrática ERC, esconde que para hacer desaparecer a los asesinados utilizaban los hornos de la cementera de Montcada (Barcelona).
Claudi Ametlla, uno de los tribunos catalanistas del momento, ante el terror, decidió exiliarse y dejó escrito: “Volveré cuando los catalanistas dejen de matar catalanes”. Son muchos los terrores que podríamos contar. Por ejemplo, cuando se rindieron los últimos sublevados del 19 de julio en Barcelona, en el convento de Capuchinos, se desataron las hordas y las fuerzas de la Generalitat nada hicieron para evitar un linchamiento. A varios oficiales les cortaron las cabezas con sierras y las paseaban por Barcelona. Cuerpos destrozados fueron llevados al zoo y echados literalmente a los leones.
En Barcelona se llegaron a instalar 46 centros de interrogatorio y torturas (las famosas checas). Entre muchísimas torturas, las más terribles fueron, por ejemplo, inyectar en la sangre de los presos heces para que se infectaran o bien dejarlos dormir varias noches en una habitación con muertos.
Todos los asesinatos, en mayor o menor grado fueron crueles, pero se percibía un cierto patrón sádico. Jordi Albertí, historiador de la persecución religiosa, escribía en La Vanguardia en 2008: “Antes de matarlos a muchos les amputaban los brazos, les arrancaban los ojos, la lengua, los testículos y se los metían en la boca”.
En el barco-prisión Uruguay se envenenaba poco a poco a los presos poniéndoles pequeñas dosis de arsénico en la comida. Los vómitos y diarreas eran constantes en un barco donde había un retrete por cada 400 personas. Los presos podían estar cada día ocho o diez horas haciendo cola.
Podíamos estar hablando horas y horas, pero sólo pondremos tres casos de sacerdotes asesinados. El Padre Tomás Capdevila, de la población Solivella fue capturado y llevado a esa población. En el viaje, en el propio coche le amputaron la lengua, los miembros genitales, le sacaron los ojos y rompieron una clavícula. Luego le arrastraron con el coche hasta el cementerio. Cuando sonaban las once en el reloj del campanario, entre risas le descerrajaron once tiros; Al Padre André Montardit, canónigo de Lérida, le abrieron con un cuchillo la barriga, le obligaron a caminar durante tres kilómetros mientras trataba de sujetarse las entrañas. Finalmente junto a dos sacerdotes más, los ataron a un árbol y los quemaron vivos; Al P. Bartomeu Pons, en Pacs (Comarca del Penedés, lo asesinaron aplastándolo con una presa de vino. Mientras moría, sus asesinos reían: “A ver qué vino sale”.
La Solidaridad obrera, decía casi con razón: “La Iglesia ha desaparecido para siempre”.
Para acabar hablaremos de dos requetés. A cada uno Dios le pide un sacrificio en la vida por los grandes ideales. Da igual cuál sea. Lo importante es ser fiel a esa Voluntad.
Uno de ellos fue el requeté Antonio Martí Reñé, leridano. Había conseguido huir a zona nacional y rápidamente se alistó al Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat. Allí recibió la carta de su hermano mayor. Resulta que un Decreto permitía que si había tres hermanos –como era su caso- sirviendo armas, uno de ellos quedaba excluido por ley si lo deseaba. Pero el joven Antonio, se negó a seguir el consejo de su hermano y le escribió diciendo que el estaba ahí para dar su vida por la causa de Dios, Patria y Rey. Y así fue, murió en la Batalla del Ebro, cuando el Tercio de Montserrat ya estaba prácticamente desecho por segunda vez.
El otro requeté fue Pedro Puiggrós, de 22 años. Estaba preso en Montjuïch por haberse alzado el 19 de julio. Junto a un compañero requeté, Alegría Mayoral, fueron juntos al cadalso rezando el rosario. Dejó una nota a un jovencísimo requeté, Felio Vilarrubias, que se había alzado con tan solo 14 años. Podría huir y a los 15 años era el requeté más joven del Tercio. En las carta de Puiggrós a Felio se leía: “con sincero e inefable gozo, ofrezco la vida y muero por la religión y la Patria, la tradicional católica España, o sea por nuestra Santa Causa de Dios, Patria y Rey. Viva Cristo Rey. Viva España”.
Con estas palabras acabó el orador y animó a todos a cantar el Oriamendi y luego repetir los vivas de aquél mártir carlistas. Y así acabó una jornada sencilla a los ojos de los hombres y grande ante nuestros mártires, la Moreneta y Nuestro Señor.