Queridos carlistas:
La idea de Hispanidad, la defensa de la vieja Monarquía Católica, siempre fue un componente esencial del Carlismo. Sin embargo, el estado de guerra civil casi permanente que se viene desarrollando, desde hace ya doscientos años, en cada uno de los pedazos del antiguo Imperio ha provocado en los españoles peninsulares -incluso entre nosotros, los propios carlistas- una cortedad de miras impuesta por la urgencia de las batallas ibéricas que contrasta con la amplitud de espíritu propia de los españoles del siglo de Oro.
En el momento presente, perdida toda esperanza humana en una restauración monárquica de la Hispanidad, hemos de volver, definitivamente, nuestros ojos al ideal primero, al de aquella Reconquista que lejos de detenerse en el Estrecho saltó el Océano para extender la Cristiandad por medio Mundo. No se trata, como digo, de algo nuevo dentro del Carlismo, pero sí podría ser nuevo, tal vez, el énfasis con el que ahora deseamos abordar esta lucha por la Hispanidad. De ello hemos hablado en nuestro último Congreso y en esa misma estela se enmarcan los Premios Hispanidad Capitán Etayo cuya entrega acabamos de realizar.
De todos es conocido, por ejemplo, el emblema de la Cruz de San Andrés, la cruz de los antiguos gloriosos Tercios que fue tan dignamente rescatada para las páginas de la épica hispana por los no menos gloriosos Tercios de los Requetés. Ha llegado hasta tal punto nuestra identificación con ese emblema y los ideales que representa que algunos han llegado a verlo como si fuera el logotipo de un partido político. Nosotros mismos hemos caído a veces en esa tentación partidista. Y no debe ser así. Una cosa es que nosotros, para nuestras organizaciones, utilicemos de forma preferente el emblema hispano de la cruz de San Andrés y otra, bien distinta, es que pretendamos tener la exclusiva y asimilar esa bandera a la de un partido político. La verdad es que si nosotros recogimos esa bandera es porque estaba abandonada. Pero somos conscientes de que no es propiedad de los carlistas sino de todos los españoles de bien.
Dicho esto. ¿Qué es lo que vemos los carlistas de especial en nuestra gran Hispanidad? Es decir, ¿Cuál es, desde nuestra experiencia política, el meollo, la síntesis original que ha aportado la Hispanidad al Mundo? Podríamos sintetizar toda la gran obra de la Hispanidad en dos de nuestros lemas más queridos:
Nada sin Dios. Los hispanos del descubrimiento, conquista y evangelización de las Españas de ultramar eran católicos a tiempo completo. Bautizaban con denominaciones cristianas a sus hijos, a sus naves, a las tierras descubiertas y a las nuevas ciudades. Y no lo hacían mirando cuotas o tratando de contentar a un poder religioso extraño sino que lo hacían por puro convencimiento. El Evangelio era siempre el límite que garantizaba el derecho de los débiles. Y era el acicate que impulsaba el heroísmo de los fuertes. Aquellos españoles miraban a los ojos a la muerte, no tenían miedo, eran invencibles, porque eran capaces de sobrenaturalizarlo todo.
Más sociedad y menos estado. En segundo lugar, no se puede entender la extensión y el grado de civilización alcanzado por los territorios de la Monarquía Católica -orden mantenido con un número ridículamente bajo de funcionarios reales- sin asimilar el concepto de libertad que caracteriza a la tradición política española. La libertad, decía Aparisi, es el reinado de las leyes cuando las leyes son justas. Y la justicia consiste en dar a cada uno lo suyo. Y las leyes justas, las que dan su libertad a cada uno, a cada persona, a cada familia, a cada cuerpo social natural… son los fueros. Privi-legios solamente en el sentido original de ley propia, de ley hecha a la medida de cada cual. Ya desde las primeras Leyes de Indias, impresiona el respeto a la persona y a la organización social natural de cada territorio; la confianza optimista depositada por la Monarquía en los pueblos que fueron constituyendo el mosaico hispano.
¿No seremos capaces de encontrar los pueblos hispanos en esta historia común, en esta tradición vivida, en estos altos ideales, energía suficiente como para aspirar a alguna clase de unidad hispana? El Carlismo, este viejo movimiento político ibérico, derrotado por las ideologías triunfantes, desgastado en cien batallas, tiene todavía la misión de transmitir una lealtad ininterrumpida, la memoria de una Monarquía Católica que es la antítesis del mundo moderno revolucionario. Una memoria que no es un vago sueño futuro sino el recuerdo vivo de algo que se hizo carne y hueso en todos los países hispanos. Algo que conocemos perfectamente aunque no siempre sepamos definirlo. Algo que amamos y sabemos que funciona aunque sólo sea por pura inercia, porque aún hoy, en medio de la niebla de un mundo que quiere quitarnos a Dios y hacernos esclavos, es la esperanza que nunca perderemos.
F. Javier Garisoain Otero
Presidente de la Comunión Tradicionalista Carlista