El problema de los católicos

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21.01.08. Son muchos los católicos que rehuyen la política. Se fijan más en los aspectos negativos de la misma, sobre todo de la política de partidos al uso, para justificar su alejamiento de ella. Lo hacen como un acto de virtud. Como un querer evitar contaminarse con las miserias de este mundo. Todo ello a pesar de la doctrina del Concilio Vaticano II y de los numerosos textos pontificios y episcopales.

Pero llegan las elecciones. Les pides el voto para una opción política que proclama su fidelidad a la Ley Divina Natural y a la doctrina de la Iglesia. Y te contestan con la negativa. “Sería un voto perdido”. Hay que votar, insisten, por partidos que tengan oportunidades de salir. Hay que votar “al menos malo”, para evitar el triunfo del peor.

Y hacen posible la victoria  del malo. Pasa la elección y siguen sin preocuparse de la política. Tienen mil pretextos para no incorporarse a ninguna formación de las realmente buenas. Se sienten satisfechos con su vida de piedad. Aunque se lamentan de la manera de gobernar del partido menos malo al que dieron su voto. Hasta que llegan las nuevas elecciones y vuelven a dar su voto al menos malo.

Es urgente que los católicos nos organicemos para actuar en política. La obligación afecta a todos los fieles, no solo a los que ya nos preocupamos y nos esforzamos en presentar una opción que rompa con la dual farsa de la revolución: un partido progresista que nos lleva al caos y un partido moderado que consolida las posiciones alcanzadas por el progresista.

Por ese deber de católico sigo militando en la Comunión Tradicionalista. Soy consciente de que con nuestras escasas fuerzas actuales no somos capaces de poner un freno a la Revolución triunfante. Pero es que no vemos otro camino que el que parte de la perseverancia en nuestros principios. Repasamos los dos últimos siglos de la historia de España y vemos que solamente el Carlismo ha hecho frente a la Revolución. En más de una ocasión nos ha entrado la duda y nos hemos preguntado si merece la pena seguir en el Carlismo. Y siempre llegamos a la misma conclusión: si lo dejamos ¿a dónde vamos? ¿A aislarnos del mundo encerrándonos en nuestra vida de piedad esperando un milagro de lo alto?

Dios, Patria-Fueros y Rey. Tres principios que desde siempre guiaron la actuación política de los españoles. El mismo  Cervantes los menciona en su novela ·”El Curioso Impertinente” incluida en el Quijote. Tres principios de los que los carlistas no somos más que meros guardianes.

Sin Dios, no puede haber ni democracia. Sin Fueros la Patria se reduce a un sueño; el pueblo carece de barreras frente a los abusos de los poderosos y de cauces para su participación política.

La Monarquía Católica como poder uno, permanente e independiente se ha manifestado como el sistema de gobierno mejor para España.

Algunos nos piden que prescindamos de la denominación de “Carlista”. Me viene a la memoria unos versos que publicó hace unos sesenta años un versolari guipuzcoano:

Aldatu nai al dek ik / karlisten izena / izen aundi ta eder / eta egokiena? Ez mutil, ori ukek / egintzaik txarrena / Judas Iskariotek / zumatu zuena.

(¿Quieres cambiar el nombre de carlista, nombre grande y hermoso y el más adecuado? No amigo, eso sería la peor de las acciones, la misma que inventó Judas Iscariote)

La denominación de Carlista nos vincula a la auténtica España que desde el siglo XIX se viene enfrentando a la Revolución antiespañola. Nos vincula a legiones de héroes y mártires. Nos solidariza con su heroísmo y sacrificios. Nos proporciona figuras y acontecimientos que jalonan la heroica resistencia de España a desaparecer. Si se tratase de una organización nueva podríamos prescindir del nombre de Carlista. Pero como  continuadores de una gesta, abandonarlo sería una traición un desprecio a los que nos precedieron en la senda del deber y del sacrificio.

Eso es lo que tenemos los carlistas: el Carlismo con sus luces y sombras, como en toda obra humana. Pero con un ejemplo de sacrificio y entrega que nadie ha imitado hasta ahora. Si alguien tiene algo mejor que lo nuestro, que lo diga y lo exponga. Deseando estamos de que nos releven. Pero que no vengan con sucedáneos al Carlismo. A los largo de dos siglos se han inventado varios y todos han fracasado.

En nuestras filas caben todos los que asuman el maravilloso legado de la España católica. Quien a nosotros se acerque no seguirá a ningún líder. Vendrá  a la casa de sus mayores, en la que le esperamos con los brazos abiertos.

Así formaremos el gran partido (¡cómo me duele tener que emplear el término!) que en las próximas elecciones será capaz de dar la batalla a la Revolución en su propio terreno. Entonces los de “el mal menor” no tendrán ningún pretexto para seguir compaginando su vida de piedad con su apoyo a la Revolución.
 

Zortzigarrentzale