La legitimidad de los reyes

image_print¡Imprime esta sección!

29.12.08. En buena doctrina católica el poder lo da Dios. Sin recurrir a otras autoridades, nos referiremos a la doctrina expuesta por S. S. León XIII en su encíclica “Libertas”. En ella admite como legítimo un sistema republicano.

Pero aclara que los votos no dan el poder sino que designan a quien ha de ejercerlo. Algo hoy completamente olvidado aún entre los católicos adheridos al sistema democrático.

El principio que León XIII formuló para los sistemas electivos, tiene también su aplicación en las monarquías.
Argumentan los partidarios de la republica que el nacimiento no tiene por qué dar el poder a los reyes. Es lógico que, en su confusión mental, razonen así. En su sistema republicano no son capaces de distinguir el origen del poder con el procedimiento de elección de quien ha de ejercerlo. Y aplican esa confusión al sistema monárquico.

En el sistema monárquico es más difícil caer en semejante confusión. Pero hay quienes caen en ella. Un análisis de las leyes sucesorias vigentes en las distintas monarquías nos demuestra que están encaminadas a determinar con claridad quién tiene que ser el sucesor del monarca que fallece, para evitar vacíos de poder o disputas por el mismo. El nacimiento no da poder como, ingenua o malévolamente, proclaman los republicanos que se meten a criticar a la monarquía. El nacimiento se limita a designar quién tiene que ejercerlo. Por eso los reyes cristianos reconocían que lo eran “por la Gracia de Dios”.

La monarquía se basa en un pacto entre el pueblo y la familia real. Por eso los carlistas distinguimos, y exigimos, las dos legitimidades: la de origen y la de ejercicio. No existe ésta cuando la familia real deja de cumplir el pacto con el pueblo. Y no se puede, por tanto, alegar la primera si falta la segunda.

En España estamos padeciendo desde hace 175 años el gobierno de una familia que rompió el pacto con su pueblo y se prestó a ser tapadera de ambiciosos. Por eso fue destronada en dos ocasiones. Y en otras dos ocasiones restaurada para desgracia de España.

Han apoyado tales restauraciones (la de 1875 y la de 1975) republicanos que para la ocasión se han disfrazado de monárquicos. Y también “monárquicos de varias generaciones” que han olvidado que nada supone la sangre, el nacimiento, si la familia ha incumplido el pacto con el pueblo.

Instaurar una monarquía basándola en la misma familia que nos trajo la República, es como intentar asar la manteca. Y en ese tremendo error, que ahora estamos pagando, la culpa no es de éste ni de aquel. Es de muchísimos, algunos reputados por sesudos varones, que se dejaron deslumbrar por un árbol genealógico y unos blasones, olvidando que en una monarquía auténtica eso es secundario. Lo primero y fundamental es el pacto con el pueblo y su cumplimiento. Y una vez roto el pacto se pierde toda legitimidad, que como el honor, ya no se recupera.

Carlos Ibáñez Quintana