Lo que vimos y oímos. En el XI Congreso Católicos y Vida Pública
30.11.09. Nos limitaremos a comentar algo de lo que pudimos captar durante nuestra presencia en el mismo que se limitó al primer día, viernes 20 de noviembre, pues nuestras obligaciones para con la CTC nos impidieron hacerlo los dos restantes.
Por parte de los participantes propuestos por la organización se apreciaron dos posturas:
Unos se extendían en la oposición (por no decir persecución) que hoy sufre la Iglesia desde las instancias políticas. Tanto de la UE como de cada uno de los países que la forman, especialmente de España
Los que viven de ilusiones.
Nos fijamos especialmente en un ponente que apuntaba la posibilidad de una regeneración de la democracia. Partía del supuesto que es el sistema que hoy desea la Iglesia, para una mejor defensa de los derechos humanos y participación de los ciudadanos en la política. Destacaba que permite cambiar de gobierno de manera pacífica.
Al oírle nos llamaba la atención la falta de realismo de sus afirmaciones. En nuestra mente bullía la pregunta que tantas veces nos hemos formulado: “¿cuando ha funcionado la democracia en España de esa manera?”.
Lo primero que no podemos admitir es la afirmación de “que se trata del sistema preferido por la Iglesia”. No es cierto ni puede ser cierto. La Iglesia no tiene soluciones políticas. Si hoy convive con la democracia, en tiempos pasados lo hizo con la monarquía. Más aún, se implicó tanto con ella que en Francia se ungía a los reyes. En otros sitios un obispo los coronaba. Todavía en la Inglaterra cismática, como reliquia de los tiempos en que era la Isla de los Santos, la Coronación de la Reina, a mitad del pasado siglo, fue un acto religioso. Sin embargo hoy nadie dice que la monarquía es el sistema preferido por la Iglesia. Mucho menos se puede decir hoy de la democracia, cuyos frutos reales, visibles y palpables, son la tiranía y la corrupción.
La Verdad nos hará libres. Todo lo que sea encubrirla, disimularla o maquillarla para hacerla más aceptable es desvirtuarla. Y por ese camino no seremos libres. Verdad evidente es que este régimen que tenemos y llaman democracia es imposible de regenerar.
La democracia en la realidad.
Es un sistema basado en la mentira. Los partidos no son, ni siquiera sobre el papel, el cauce que permite a los ciudadanos una participación en la política realista y eficaz. Cuando se hizo pública la actual Constitución lo denunciamos los carlistas. Y los hechos nos han dado la razón. Juzgamos por lo que decía el papel, luego el mal estaba en el mismo texto de la Constitución y no en la manera con que la están aplicando sus partidarios.
Un sistema basado en la mentira nos hay forma de regenerarlo. La presencia de católicos en la vida pública no es suficiente. La Gracia no suple los defectos de la naturaleza. Y aquí el mal está en la misma naturaleza.
Por otra parte la democracia no sería tal si no se permitiera la intervención de los partidos anticatólicos. Ya podemos repetir, como se ha hecho en el Congreso, que la democracia exige unos fundamentos morales. Ahí están, no son fruto de nuestra imaginación, los partidos que rechazan los fundamentos éticos de la política. Sin ellos no habría democracia. Y la democracia, les da la oportunidad de recuperar el poder, aprovechándose de cualquier error de los otros, al cabo de un tiempo. Vuelven y siguen haciendo la suya: pervertir la sociedad, desintegrar España y llenarse los bolsillos dejándonos en calzoncillos a los demás. Esto no son figuraciones nuestras; está pasando.
La idea que flotaba en el Congreso de que la presencia de católicos comprometidos en la política actual la regeneraría nos recuerda un episodio de nuestra juventud.
Corría el verano de 1954. En Montelarreina (Zamora) hacíamos el curso de la IPS. Un fin de semana nos dieron permiso para pasarlo en Salamanca. A la Capital charra nos trasladamos un nutrido grupo de nuestra batería. Llegamos el sábado por la tarde. Después de cenar pensamos dónde pasar la velada. Se impusieron dos o tres compañeros que cursaban sus estudios en aquella Universidad. Conocedores del terreno organizaron una visita al barrio chino. Un compañero de la Escuela de Ingenieros de Bilbao se había informado de la actuación de un famoso ilusionista y me invitó a acompañarle. Acepté encantado. Se nos acercó otro, también de Bilbao, afín a nosotros en costumbres, y nos pidió que le acompañásemos con el grupo mayoritario. Pretendía hacer apostolado, dar buen ejemplo a los demás para que no pecaran. Rehusamos competir en un deporte desconocido para nosotros, con quienes “jugaban en campo propio y tenían el árbitro a su favor”. Nos trató de comodones, cobardes y egoístas, que nos desentendíamos de los demás. No le hicimos caso. Al día siguiente le preguntamos:
-¿Qué tal anoche?
-Un desastre.
Y se extendió en detalles, que no procede reproducir.
Algo así nos parece pretender regenerar esta democracia a base de participar en la misma los católicos comprometidos.
Carlos Ibáñez Quintana