Manifiesto del Carlismo catalán ante las elecciones autonómicas en Cataluña de 2010

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23 de noviembre. Ante la actual situación política en el Principado, y ante las próximas elecciones autonómicas, el carlismo catalán no puede menos que lanzar este manifiesto para la reflexión de todos aquellos que desean el bien para nuestra sociedad. Sabedores de las dificultades tanto para presentarse en condiciones de éxito a unas elecciones, como para optar en conciencia por una candidatura alternativa, ofrecemos unos motivos de reflexión.

Una situación crítica

Hoy, cualquier catalán es consciente de la grave crisis que aqueja a la política catalana. Esta situación se deriva no sólo de la general española sino que tiene sus características propias. El epicentro de la crisis se sitúa en la clase política dirigente en Cataluña. Desde los inicios de la transición democrática hasta nuestros días, la vieja burguesía catalana encarnada en una versión nacionalista, con Jordi Pujol, o en versión socialista, con Pascual Maragall, ha dominado los destinos de este pueblo. Sus esfuerzos se han encaminado durante 30 años, no a la consecución del bien común de nuestra comunidad, sino a imponer sus estrafalarias tesis políticas y a artificiar unas redes de clientelismo, una red legislativa y control de los medios de comunicación que permiten un control social propio de los sistemas totalitarios.

La ideología nacionalista se ha ido imponiendo a través de los medios, de las subvenciones y de la enseñanza. Se ha expandido una ideología y cultura dominantes que marginan cualquier disidencia o intento siquiera del ejercicio de la libertad de conciencia. El afán por imponer una “realidad” que no existe, ha tenido su precio. Actualmente la administración autonómica está endeudada hasta límites inimaginables. Cataluña ha dejado de ser la locomotora de España, para convertirse en una región donde los niveles educativos se han hundido por debajo de muchas otras autonomías. La caída demográfica sigue siendo alarmante, pero la política de “educación sexual”, esto es anticonceptiva y relativista, parece ser lo único que preocupa a las administraciones. Mientras que hace unas décadas el nacionalismo despreciaba a los inmigrantes con el apelativo de “xarnegos”, ahora a los inmigrantes extranjeros se les denomina “nouvinguts”. Durante años de gobiernos nacionalistas se fomentó la inmigración norteafricana, para evitar nuevas masas de inmigrantes castellanoparlantes, soñando que a los “nouvinguts” se les podría “catalanizar” con más facilidad. Todo ello ha llevado a una situación de conflicto en muchas poblaciones catalanas por problemas de integración y colapso de servicios. Las descripción de la situación política en Cataluña sería interminable, pero su evidencia hace absurdo alargarse.

El nacionalismo es el responsable

Uno de los logros del nacionalismo de CiU, encabezado por Jordi Pujol, ha sido imbuir de sus tesis incluso a aquellas formaciones de izquierdas que nunca se sintieron nacionalistas, como socialistas y comunistas. Igualmente el nacionalismo ha filtrado y empapado importantes sectores eclesiásticos y conservadores. Éstos últimos soñaban que una Cataluña “soberana” sería más cristiana y conservadora. Vana ilusión, pues la propia lógica y dinámica nacionalista les ha llevado a aceptar las tesis más revolucionarias y liberales. Cualquier catalán de bien es consciente de la profunda desmoralización social provocada por un relativismo triunfante, impuesto desde las administraciones públicas nacionalistas. Proporcionalmente al avance de las tesis nacionalistas, se ha producido una brutal secularización de nuestra sociedad. El ímpetu y el genio catalán, y no digamos el “seny”, se han agotado. Cataluña, perdiendo su fe, ha perdido su alma, y en la actualidad no es más que una sociedad en descomposición.

Para cualquiera que ame verdaderamente esta tierra catalana, la situación política se hace insostenible y apela a actuar. Muchos son los que, equivocadamente, nos piden consejo sobre qué partido hay que votar en estas elecciones. Decimos “equivocadamente”, pues Cataluña no necesita de buena gente que vote a determinados partidos y luego se olvide de la acción política durante cuatro años. Nosotros les conminamos a la acción política diaria. Ante el deseo por incidir en la vida pública a través de las elecciones, sólo podemos afirmar la licitud del voto para aquellos partidos que de sus programas se desprendan los cuatro puntos no negociables expresados por el Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, al proponer que: “el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables”.

Pero hemos de advertir sobre muchos partidos institucionalizados que, en bocas de sus dirigentes,  se demuestran filocristianos, pero en el orden práctico siempre han obviado defender hasta sus últimas consecuencias estos puntos. Especialmente advertimos contra la hipocresía de los autoproclamados “democratacristianos”, que apelan a los valores cristianos para conseguir votos y luego, escudándose en la prudencia u otras excusas, apoyan legislaciones anticristianas.

Una estrategia y un llamamiento

Muchos son los partidos que se presentarán a las próximas elecciones. Algunas propuestas incluso son atractivas pues pretenden romper con el actual dominio partitocrático. Nosotros animamos a aquellos que deseen participar en estas elecciones, como un medio más de contribuir al necesario cambio político, a leer sus programas y confrontarlos con los cuatro principios no negociables. También creemos necesario advertir contra la “idolatría democrática”, esto es de aquellos que piensan que votar es un deber de conciencia, aunque no haya alternativas válidas según su conciencia. Nosotros creemos que la acción política es posible más allá de la mera participación electoral. Por eso, nos vemos en la obligación de advertir que votar, como muchos así lo hacen, no exime de las responsabilidades políticas ni de nuestro deber para con el bien común. Recordamos que votar viene a ser como entregar una parte de la voluntad a una organización política, para que luego la administre según su voluntad. Por eso el acto de votar no puede ser fruto de una frivolidad, o necesidad psicológica, sino de una profunda reflexión. Y, en este sentido, proclamamos que también es válida la abstención como manifestación de la conciencia política.

En una situación tan dramática como la catalana, es preciso, más que nunca, forjar sanamente la conciencia, no dejarse embaucar por cantos de sirena que suenan bien, pero que luego matan el espíritu. Si deseamos un verdadero cambio político, no lo conseguiremos en estas elecciones. El cambio político exige la configuración de una resistencia política frente a la presente situación. Y la resistencia política, a su vez, requiere de hombres y mujeres dispuestos a sobrellevar una lucha diaria en el orden personal, cultural y social. Si deseamos un cambio político, este no vendrá meramente por depositar un voto en una urna. Si este gesto no viene acompañado de la formación, de la resistencia a las imposiciones culturales, las denuncias constantes a los abusos de poder, las acciones concretas en el día a día, de nada servirá.

Apelamos a la patrona de Cataluña, la Mare de Déu de Montserrat, para que nos guíe en estas horas aciagas.

“Dels catalans sempre sereu Princesa,
dels espanyols Estrella d’Orient”