Más sobre Tabarnia y la Cataluña profunda

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Sin dejar de manifestar nuestra absoluta simpatía por el proyecto de Tabarnia, fundamentalmente en lo que tiene de herramienta antinacionalista y en su objetivo de ser un espejo de los planteamientos separatistas, no podemos dejar de advertir sobre algunos peligros que vemos en dicho movimiento.

Y lo hacemos reproduciendo este artículo de Javier Barraycoa publicado en La Gaceta el 31 de enero:

Cataluña profunda

En mi infancia, vi la película que aquí titularon muy apropiadamente, Raíces profundas, protagonizada por un espléndido Alan Ladd que hace de un pistolero. Desarraigado de todo, encuentra a una familia de campesinos amenazados de ser desalojado de sus tierras por unos arrogantes ganaderos. De esa película, y a esa edad, sólo me quedé con la escena final con la que el hijo de los campesinos llama a Shane, el pistolero, mientras este se aleja a ninguna parte. Unos años más tarde, revisitando la película, empecé a entender la trama de fondo y las claves simbólicas. En ella se dilucidaban varios tipos de vida: el pistolero solitario, los ganaderos que sólo querían beneficios inmediatos o los campesinos que buscaban asiento donde arraigar sus vidas, tener una familia y formar una comunidad. Hay una escena impresionante cuando el pistolero asesino ayuda al campesino a arrancar el tocón de un enorme árbol con sus profundas raíces que se agarran desesperadamente a la tierra que le dio la vida.

Esta película me ha venido a la mente por lo acontecido en las últimas semanas en Cataluña. A raíz del mapa electoral de las últimas elecciones autonómicas, se ha producido una catarsis imaginaria y no precisamente positiva. Se nos ha querido presentar una Cataluña cosmopolita frente a una Cataluña profunda. De golpe, de la nada han surgido multitud de artículos (en medios nacionales) identificando la Cataluña profunda, actualmente separatista, con el carlismo intransigente. Por ende, el resto de Cataluña, la urbanita, moderna y progresista, se la ha identificado con el mal llamado unionismo. Esta dicotomía es a mi entender perversa.

Lo que empezó hace muchos años a modo de juego simbólico, Tabarnia, ha eclosionado en entusiasmo unionista. Pero los símbolos los carga el Diablo y según qué se entienda por Tabarnia, el nacionalismo habrá conseguido su mayor e insospechado logro: que el unionismo sea una réplica de la estructura psicológica que sustenta el separatismo. Muchos hemos coincidido y concedido que la agitación tabernense es una forma de obligar al separatismo a mirarse en el espejo de su estupidez. Pero querer convertir este Deus ex machina en un proyecto político real, es una locura sin par.

Personalmente, explico este fenómeno unionista como la necesidad psicológica por remedar la ofuscación producida por una victoria electoral que no se transformará en victoria política. Y ahora, como los nacionalistas, muchos necesitan ilusiones a las que agarrarse. Pero la política no se trata de gestionar ilusiones, sino de ordenar realidades hacia sus fines sin violentarlas. Cierto que Tabarnia es el espejo en el que el nacionalismo queda ridiculizado. Pero el nacionalismo, despreciado bajo la figura de una mundo rural, cerrado, intransigente y carlista, también es un reflejo donde el cosmopolita puede contemplar sus miserias.

De hecho, el catalanismo surgió en la gran Barcelona, a la que acudían desde los pueblos hombres como Prat de la Riba en busca de modernidad. Él mismo, en La nacionalitat catalana, reconoce que la entrada de los hombres del campo en la ciudad permitió el despertar de la “conciencia nacional”. El nacionalismo se gestó entre la putrefacta burguesía catalana que se entusiasmaba con los mitos liberadores y redentores de la ópera wagneriana, mientras que amasaban fortunas vendiendo esclavos en las Antillas. El nacionalismo se gestó también desde Madrid, nombrando obispos para Cataluña afines al catalanismo, y así poder desarticular el clero tradicionalista y en consecuencia el carlismo catalán. Las raíces tradicionalistas de la Cataluña interior eran tan profundas que, como el tocón de la película que mencionábamos, se tardó un siglo y medio en arrancarlas desde Barcelona y Madrid.

Lo que vemos en el espejo de los que algunos han llamado Tractoluña, no es el viejo mundo carlista, sino la esterilidad y el esperpento de los principios cosmopolitas aplicados a una sociedad tradicional. Ni Convergencia, ni ERC ni la CUP son herederos del tradicionalismo. Todos ellos en sus programas e intenciones defienden los principios de la modernidad con tanto entusiasmo como los partidos constitucionalistas. Comparemos los programas políticos de los partidos separatistas y constitucionalistas en cuestiones de bioética, familia, la llamada salud reproductiva o rechazo de ciertas herencias históricas, y veremos que no hay prácticamente diferencias.

Qué revelador resulta releer la Nova Oda a Barcelona de Joan Maragall. En ella se refleja todo el drama de la dualidad que estamos viviendo. Algunos versos rezan: “perquè vull Catalunya tota a dintre el meu cor” (“porque quiero toda Cataluña en mi corazón”, en referencia a Barcelona). Esto es lo que reclaman algunos al querer imponer un desarraigado cosmopolitismo barcelonés en toda Cataluña. Y sigue la Oda: “Tal com ets, tal te vull, ciutat mala, … Barcelona! i amb tos pecats, nostra! nostra! Barcelona nostra! la gran encisera!” (Tal como eres, tal te quiero ciudad mala … ¡Barcelona! Y con todos tus pecados, ¡nuestra!, ¡nuestra! ¡Barcelona nuestra! ¡La gran seductora!”. Sí, la Cataluña separatista es fruto de la idolatría de la “ciudad mala … con sus pecados”.

Querer dividir Cataluña en función de unos porcentajes de votos identitarios y la capacidad productiva de unas poblaciones sobre otras, es no haber entendido nada. Sí, hay dos Cataluñas, pero no las que nos quieren hacer creer. Hay una residual, la tradicional, que se encuentra tanto en campos como en ciudades. Es la Cataluña profunda, pero profunda por sus raíces y entronque con una cosmovisión tradicional que ha perdurado durante generaciones y generaciones; y hay otra Cataluña, actualmente omnipresente, que tiene dos caras el cosmopolitismo barcelonés y el reduccionismo nacionalista. Ambas en el fondo son la misma. Son el doble espejo de una modernidad mal digerida y sin raíces. Por mi parte, si no puedo echar raíces en esta tierra casi estéril, haré como el pistolero Shane, seguiré cabalgando solo e incomprendido hacia un ignoto destino. Sé que es una huida, pero huyo de la idiotez desando refugiarme en mi Cataluña profunda, esté donde esté.