Blázquez indigna a las víctimas
26.06.2006. Con este título publicaba “La Razón” un suelto que dice así:
El Presidente de la Conferencia Episcopal española (CEE) y obispo de Bilbao., Ricardo Blázquez, abogó por la necesidad de perdonar para restaurar las heridas abiertas por el terrorismo de ETA….Hizo esta afirmación durante un desayuno informativo donde reconoció que no hay dos bandos en conflicto y aseveró que el proceso de pacificación debe conllevar que “ETA deje de extorsionar y matar, que deroguen las armas y que todos los ciudadanos vascos puedan vivir en paz y sin miedo”…..”Hay muchas heridas abiertas porque han muerto muchas personas y también hay muchas familias que están sufriendo. Nos movemos en dialogar con las víctimas que quieren….y gracias a Dios algunas ya han perdonado” aseguró el prelado, que deseó “que se pida perdón, que se ofrezca y se reciba, para que se pueda llegar a una reconciliación”
Estas valoraciones de Blázquez fueron respondidas desde el Colectivo de Víctimas del Terrorismo del país Vasco (Covite) que afirmó que los que han sufrido la violencia terrorista no tienen por qué perdonar a los etarras y reconciliarse “con nadie”. El Foro de Ermua fue más allá y solicitó la renuncia del Presidente de la Conferencia Episcopal por sugerir que las víctimas deberían perdonar a los etarras.
Tomamos vela en el presente entierro porque las entidades a quienes no han gustado las declaraciones de D. Ricardo padecen una gran confusión. No tienen claro cual debe ser la postura de la Iglesia ante los problemas de la comunidad política. Si la Iglesia pretendiera instaurar una teocracia, sería justo el disgusto. Porque el deseo del Obispo obligaría a jueces y políticos. Pero el Reinado Social de Jesucristo es otra cosa. Supone que la Iglesia tiene la función de iluminar y el Poder secular la de gobernar, como ya dijo Sto. Tomás hace varios siglos, “con leyes de prudencia, no con consejos evangélicos”
El Sr. Obispo no ha hecho más que repetir una verdad que viene enseñando la Iglesia desde su principio: “al que no perdona a su prójimo, Dios tampoco le perdonará”. Lo dijo N. S. Jesucristo y no tiene atenuante.
Don Ricardo no se mete en la función de los jueces o de los políticos. No les dice que deben de perdonar pues los jueces deben cumplir la ley. Se lo dice a las propias víctimas. Y lo hace porque es su misión: recordarnos las exigencias de la Ley de Dios aunque nos resulten duras.
Estamos de acuerdo con Don Ricardo. No sólo porque dice una verdad que no se puede olvidar, sino porque el sentido común así lo exige. Quien hace mal debe reparar el daño para obtener el perdón. Pero hay males que no tienen remedio. Entonces para que se llegue a la necesaria reconciliación debe de haber un perdón que se ofrezca y se reciba. No sólo el que obró mal debe reconocerlo, humillarse y pedir perdón. El ofendido debe de ofrecer el perdón. Estar dispuesto a perdonar aún sin saber si el culpable se lo pide.
Hemos vivido la Cruzada y los años que siguieron. Hubo una verdadera reconciliación mucho antes de la aparición de la Constitución de 1978, a la que se le han atribuido efectos mágicos en ese terreno, cuando en vez de cerrar heridas volvió a abrir las ya cerradas. Y hubo reconciliación porque hubo muchos perjudicados que perdonaron. Sobre ello tenemos escrita una obrita titulada “Historias de la Reconciliación”.
Por cierto que un pariente, nacionalista vasco, nos increpó duramente por haberla escrito. Él todavía no ha perdonado. Peor para él.
Personalmente nada tenemos que perdonar porque no hemos recibido ninguna ofensa ni perjuicio. No sabemos lo que haríamos en el caso de que un próximo familiar hubiera sido asesinado por ETA o nos hubieran quemado la casa. Porque una cosa es predicar y otra dar trigo. Pero pedimos a Dios que, si llegase el caso, nos de su gracia para imitar al carlista de mi pueblo que rezaba por los que le estaban desvalijando la tienda y más tarde pedía a Dios el perdón para el asesino de su hijo. No quisiéramos seguir el ejemplo del Presidente Zapatero, que todavía guarda rencor a quienes fusilaron a su abuelo que no conoció. No tratamos de cumplir el mandato de Cristo imitando a un santo. Sino de no incurrir en necedad imitando a un tonto.