Cristianismo y Democracia

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12.01.06. Conviene que antes de nada precisemos que entendemos en el presente artículo por democracia. Porque democracia, en rigor significa que el poder de gobernar viene del pueblo. Y eso es un error que un cristiano no puede aceptar. Sin embargo, para la casi totalidad de los hombres de hoy democracia es el sistema político que garantiza unas libertades y derechos y utiliza las elecciones para decidir quién debe gobernar. En este sentido puede, en principio, ser aceptada por un cristiano. Y ese sentido es el que damos al término en el presente artículo

El escritor americano Georg Weigel ha publicado un interesante libro que en su traducción castellana se titula: “Política sin Dios”.Viene a concluir que la democracia no puede subsistir sin la fe en Dios. Recurre a la obra del P. de Lubac, “La Tragedia del Humanismo Ateo” en la que se afirma que los ateos tienen la desgracia de no poder explicar en qué fundan sus convicciones.

Efectivamente, y la historia lo demuestra, los regímenes democráticos pueden convertirse en tiranías si los gobernantes elegidos por votación no limitan su poder, reconociendo que sobre ellos hay una ley superior.

El conflicto de las caricaturas de Mahoma es una prueba del fallo de la democracia que da a la libertad un valor absoluto. La Junta de Gobierno de la CTC en su declaración del pasado día de la Inmaculada, recuerda que la libertad se ejerce positivamente eligiendo lo bueno y lo verdadero.

Hoy el mundo occidental se encuentra ante un absurdo ataque a la fe de los musulmanes que no puede condenar, porque la libertad de expresión está por encima de todo. Nosotros no lo vemos así. Nadie tiene derecho a ofender gratuitamente a los demás, sean musulmanes, cristianos o budistas. Cuando se utiliza la libertad para algo que no es bueno o verdadero, llegamos a tales situaciones de injusticia. No tiene la menor gracia que haciendo un uso no necesario de la libertad de expresión unos periodistas hayan provocado un conflicto de amplitud mundial que ya ha producido grandes daños, incluso muertes. A ver cómo acaba.

El uso inmoderado de la libertad de expresión es contradictorio con la democracia. En efecto: permite la ofensa gratuita a determinados colectivos. Perturba, incluso rompe, la convivencia pacífica que es la base de la democracia. Claro que los demócratas más demócratas dan por supuesto que las ofensas más crueles a la fe de sus conciudadanos les han de salir gratis, porque ante el valor absoluto de la libertad de expresión a los ofendidos no les queda más remedio que aguantarse. Cosa que hoy ocurre en España.

En España, al menos, la democracia es incompatible con el cristianismo. La historia lo demuestra. Cierto es que ha habido y hay grupos que a la vez son cristianos fervorosos y defensores del sistema democrático. Pero se ven obligados a convivir con otros agnósticos que son radicales en sus convicciones. No sólo se limitan a desterrar de la vida pública toda señal de religión, sino que terminan con la destrucción de la familia, la negación del derecho de los padres a educar a sus hijos y el fomento de toda clase de inmoralidades y perversiones. Eso lo tenemos ahora en España. Y no han pasado muchos años de cuando el aparecer en una lista de una peregrinación era motivo para ser asesinado. ¿Tardaremos mucho en llegar a ello?

El católico demócrata respeta las convicciones de los no católicos. Son muy raros los demócratas agnósticos que corresponden del mismo modo. Y, en todo caso, esos pocos siempre se han mostrado impotentes para exigir a sus masas un comportamiento de acuerdo con el principio de convivencia.

Por eso en un sistema democrático, como el actual, se vive en constante tensión y lucha. Las intemperancias de quienes se erigen en paladines de la libertad lo hacen inevitable. Y nuestros políticos pierden el tiempo discutiendo sobre todo lo habido y por haber mientras no se resuelven los desastres del Carmel y de Guadalajara, no se protege a la familia y las pensiones de las viudas las condenan a la indigencia. Entre otras cosas.

El católico se siente obligado a ejercer la libertad positivamente eligiendo lo bueno y lo verdadero. De hecho así ocurre. No podrán presentar ni miembros de otras religiones ni partidos políticos ejemplos de burlas gratuitas por parte de católicos. Esto debe servir como garantía a los no católicos de que en una democracia que reconozca la supremacía de la Ley de Dios, sus derechos serán mejor respetados que lo que son hoy los derechos de los católicos.

La Fe es algo que no puede ser exigido a quien no la tiene. Por tanto, es difícil que un agnóstico crea que procede de Dios la ley que pone límites a la voluntad de los hombres. Sin embargo no le será difícil reconocer la limitación humana, su propia limitación, y admitir que en la naturaleza hay algo que impide dar un valor absoluto a esa libertar que consagra la Revolución. De hecho, en el campo acatólico han salido voces que han calificado de improcedente la publicación de las caricaturas y han pedido una auto limitación en la libertad de expresión. Lo han visto necesario ante los males desencadenados.

Estamos de acuerdo con ellos por una vez. Solamente nos queda preguntarles en nombre de qué piden esa auto limitación. Nos darán mil explicaciones, ninguna de ellas convincente plenamente. Y es esa la tragedia del humanismo ateo. Cuando profesa convicciones buenas no puede dar la razón de ellas.

Carlos Ibáñez Quintana