Ya es tarde
30.06.2006. Se viene hablando, en la segunda quincena de junio, de la posibilidad de que la Conferencia Episcopal defienda en público documento la unidad de España.
Por las dificultades que ello traería para el Presidente de la misma, que es Obispo de Bilbao, preferiríamos que la Conferencia se abstuviera de entrar en ese terreno.
Conocida es la delicada situación de D. Ricardo Blázquez en su diócesis. Tiene que enfrentarse a un clero rebelde, hereje, cismático y separatista. Sí, sí, hereje; aunque ello suene fuerte. Hablamos con conocimiento de personas.
Amigos nuestros se quejan de que D. Ricardo no actúe con la contundencia que es necesaria. Por algo lo hará. Seguro que teme producir males mayores. De todas maneras quien tiene la gracia de estado para regir la diócesis es él. Ayudémosle con nuestras oraciones y concurso personal y dejemos a Dios la función de juzgar.
Como anticentralistas que somos, pensamos que la Conferencia Episcopal debería tener en cuenta las especiales situaciones de ciertas diócesis y abstenerse de dar normas que puedan interferir en los planes de sus respectivos Prelados.
Es indudable que a la Iglesia le afecta el problema de la temida desmembración de España. Pero creemos que no es la manera adecuada pretender una declaración conjunta sobre la materia. Declaración a la que se opondrían bastantes obispos dando origen a una división entre ellos.
¿Tiene que hablar la Iglesia? La Iglesia debería de haber hablado hace muchos años.
El origen del separatismo es el liberalismo, como venimos manifestando cuantas veces tenemos oportunidad. Liberales son los principios en que se basan los nacionalistas, aunque, invoquen unos derechos históricos, incompatibles con el nacionalismo con un total desconocimiento o falsificación de la historia. Fue el estado liberal centralista el responsable del descontento de las regiones. Lo que preparó el terreno para que arraigase la semilla de las malas ideas. Y la Iglesia pactó con el estado y la monarquía liberales. Hizo la vista gorda ante el liberalismo de la dinastía usurpadora y mantuvo con ella unas relaciones de amistad que no correspondían a la solapada persecución de que era objeto. Se comportó con el usurpador como siglos antes lo hiciera con los reyes que preferían perder sus dominios a reinar sobre herejes. Entre otros ejemplos, ¿no era un contrasentido que se mantuviera el privilegio de presentación de los obispos en manos de un rey que no pintaba nada, de modo que la designación efectiva correspondía a Ministro de Gracia y Justicia, que en ocasiones era un masón?
La pérdida de la catolicidad de España fue una de las causas de la aparición del separatismo. Lo había anunciado años antes Menéndez y Pelayo en el epílogo a los “Heterodoxos”.
Tampoco comprendemos que aún no se haya pronunciado una solemne condena del nacionalismo vasco. Es tan merecedor de ella como lo fueron el Fascismo italiano, el Nacionalsocialismo alemán o la Acción Francesa de Maurras.
La condena a este último movimiento se debió fundamentalmente a que sus dudosas doctrinas prendieron especialmente en ambientes católicos. ¡En ambientes católicos prendió también el nacionalismo vasco! ¿Cómo calificar a un movimiento xenófobo y racista, movido por el resentimiento, que exhibe como lema el de “Jaungoikoa eta Lagi Zarrak” (Dios y Leyes Viejas)?
Cierto es que desde su aparición los nacionalistas fueron amonestados repetidas veces por la Jerarquía. A Don Ángel Zabala por haber escrito un artículo en que acusaba de mujeriegos a los agustinos de Guernica. Tenía que desprestigiarlos porque procedían de otras regiones de España. Y no encontró mejor camino que el de calumniarlos.
El mismo señor escribió una historia de Vizcaya que fue prohibida por el Obispo. En otra ocasión el diario “Euzkadi” hubo de pedir disculpas por la irreverencia con que trató a los obispos que habían participado en la coronación de Nª. Sª. de Estíbaliz.
Pero no hubo una condena solemne de las doctrinas que lo fundamentaban. Condenación necesaria como lo han demostrado hechos posteriores.
Desde 1932 vienen celebrando su Aberri Eguna en coincidencia con la Pascua de Resurrección. Iniciaron la celebración en unos tiempos de fervor católico del PNV. Pero la Jerarquía tenía que haberse opuesto a tan improcedente confusión. Para la política ya hay un calendario civil al que ajustar las fechas de las conmemoraciones. Ni entonces ni después se les ha dicho a los nacionalistas que vincular la independencia de Euzkadi a la Resurrección del Señor es….., no sabemos qué calificación darlo. Pero es intolerable.
Por ahí tenían que comenzar los obispos de las diócesis afectadas.
Por parte de la Conferencia Episcopal, mejor callar o al menos abstenerse de una afirmación contundente. Esperar que nacionalismo y catolicismo se vayan separando. Al auténtico nacionalista de hoy le importa muy poco el cristianismo. El mismo PNV suprimió en Pamplona, en el primer congreso que celebraron con la llegada de la democracia, el lema “Jaungoikoa eta Lagi Zarrak”. Los sacerdotes separatistas se irán extinguiendo. Las escasas vocaciones que surgen pasan de nacionalismo, gracias a Dios. El resurgir de estas diócesis vendrá del soplo del Espíritu a través de los grupos que ya están en marcha.
Después de haber callado durante tanto tiempo frente a los gobiernos liberales y las aberraciones nacionalistas, ya es tarde para hablar.