¿Federación? ¿Confederación? ¡España foral!

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02.07.07. Al finalizar la década de los veinte  y en la primera parte de los treinta los carlistas utilizamos los términos “Federación” y “Confederación” para explicar el modelo de estado a que aspirábamos. Preguntó un periodista al Rey D. Jaime que cómo era partidario de un estado federal. Contestó que porque los estados mejor gobernados, Suiza y Estados Unidos, tenían tal sistema de gobierno. En defensa de dicho sistema se manifestaron Jesús Etayo, Director de El Pensamiento Navarro, Arsenio de Ízaga con su obra “La tradición y Euskeria. La Monarquía Federativa de la Españas” y posteriormente Tomás Caylá. Ya en pleno franquismo, Rafael Gambra  describía el estado carlista como una monarquía federal.

En una reunión carlista celebrada en El Escorial hacia 1980, un ponente propugnaba un estado federal para España y aducía para ello la autoridad de Rafael Gambra. Éste, que se hallaba presente, le corrigió diciendo que su mención a lo federal tenía un fin estrictamente descriptivo, didáctico.

De los autores carlistas arriba citados, conocímos íntimamente a Arsenio de Ízaga quien, comentando su obra, nos excplicaba las diferencias entre el federalismo y confederalismo de los liberales y el fuerismo carlista. También hablaba de la federación con fin didáctico. Y la compenetración de dicho señor con D. Jaime nos permite afirmar que empleaban el término federal para hacerse entender del medio político que les rodeaba.

En la forma nuestra monarquía es federal. Pero en el fondo se diferencia totalmente de los federalismos liberales.

La España de los Reyes Católicos, los que hicieron la unidad política, era una monarquía federal. Los distintos reinos se habían ido uniendo en las personas de sus reyes conservando sus instituciones políticas y legales propias. Pero la unión de los reinos en una Corona no era lo fundamental de la unidad de España. En los distintos reinos medievales, existía la idea de que formaban parte  de una España que había estado unida bajo el cetro de los reyes visigodos. La comunidad de fe religiosa y del enemigo musulmán a expulsar de la Península fundamentaban la idea del ser común.

Con mayor o menor celo, los pueblos españoles defendían sus Fueros. Eran sus propias leyes con las que se venían gobernando. El medio por el que limitaban el poder real y se protegían de sus posibles abusos. Se adecuaban, además, a las características físicas de sus territorios, tan diversos unos de otros. De ello resultaba aquella monarquía que podemos calificar de federal. La unidad de España era aceptada voluntariamente por los españoles de entonces. Pero no nacía de la mera voluntad de los españoles. Había un pasado histórico que la hacía necesaria. Que no deja de ser libre la elección lo que más conviene aunque venga impuesto por las circunstancias que no dependen de otra voluntad humana.

En la mentalidad liberal la voluntad popular es creadora. La sociedad procede de un contrato social que nace de la voluntad humana. Así era como Sabino de Arana imaginaba cada una de las siete provincias vascas como agrupación voluntaria de repúblicas rurales y municipios, para confluir todas ellas, siempre voluntariamente, en Euzkadi como confederación . La idea fue inmediatamente abandonada por la mayoría de sus seguidores que constituyeron la Comunión Nacionalista Vasca, si bien seguida fielmente por un grupo que tenía como órgano de expresión el semanario “Aberri” y que recobraron el nombre de Partido Nacionalista Vasco. Hoy no conocemos ninguna persona ni grupo nacionalistas que sigan la idea confederal de su fundador.

En rigor no se puede definir como federal o confederal al estado carlista. Aunque en la forma se parezca a los estados federales o confederales modernos. No nace de la voluntad asociativa de sus componentes, sino que se aplica a una España que ya existe.

El Carlismo, como objeto de estudio, puede ser considerado en sus partes, pero en la política hay que aplicarlo en su integridad. Nuestro primer lema es Dios. Y al proclamarlo, repetimos, no hacemos ninguna manifestación de piedad, sino política. La libertad y el orden se basan en leyes establecidas por Dios. No se puede dar ninguna libertad en los regímenes que prescinden de Dios. Si en la Europa actual se respetan algunas formas de libertad, es gracias a un residuo de cristianismo que queda en sus costumbres y mentalidad. El destierro de Dios no ha sido tan radical como la Revolución lo ha deseado. Y cuando algunos políticos “iluminados”, que se han erigido en salvadores de sus pueblos, lo han querido llevar a cabo, han terminado instaurando las más crueles tiranías.

Con la Constitución de 1978 nuestros políticos han pretendido prescindir de Dios. A la vez, para contentar a los movimientos nacionalistas periféricos, se inventaron el estado de las autonomías. El resultado es el que vemos delante: los nacionalismos que ya existían se ha exacerbado. Y por todas las regiones han surgido partidos nacionalistas. Lo cual era de esperar. Al menos nosotros ya lo temíamos.

Se ha prescindido de un elemento fundamental de la identidad española: la religión Católica. Si hemos dejado, de ser lo que éramos, o nuestros políticos están empeñados en que dejemos de serlo, concluiremos por desaparecer.

La España foral  que deseamos exige españoles que tomen la política al modo que lo hacían nuestros mayores: como un servicio. Ocupaban cargos que suponían cargas. El servir a los demás era una forma de ejercer la caridad. De cumplir un mandato de origen divino.

Casi dos siglos de liberalismo han conseguido que el sentimiento más común entre los españoles de hoy sea el egoísmo y la irresponsabilidad. Hoy no se pide libertad para resolver un problema colectivo. Cuando surge un problema, aunque sea personal, lo primero que se piensa es “¿quién me lo arregla, quien me compensa los perjuicios?”. Aunque sean los inconvenientes surgidos de una imprevista fuerza mayor.

De tanto prometernos la felicidad sobre la tierra, el liberalismo ha convencido a los españoles que el estado providente tiene el remedio a todas nuestras necesidades.

Y éste es el mayor inconveniente que existe para el logro de la España foral que propugnamos. Ya, en los últimos tiempos del franquismo, se observaba que en Navarra algunas instituciones procedentes de su foralidad no funcionaban debidamente debido al espíritu personalista y egoísta con que actuaban las personas.

La restauración de España es posible y necesaria. Pero requiere un cambio de mentalidad en esa mayoría amorfa y comodona que ha logrado crear la Revolución. Esforcémonos en que ésta se produzca. Es de esperar que los españoles, hartos de palabrería y promesas que no se cumplen, reaccionen contra el estado que les engaña y oprime. En esta línea de actuación, de nada sirve hoy a España enarbolar la bandera de un federalismo, cuando se ha prescindido del primer punto de nuestro trilema: Dios. El Carlismo de hoy no puede limitarse a postular una federación o una confederación. Ya la tenemos. ¿Estamos satisfechos con ella?

En la CTC nos esforzamos por mantenernos fieles a los afanes del Rey D. Jaime y de sus leales, Ízaga, Etayo y Caylá, defendiendo el trilema íntegro: DIOS, PATRIA-FUEROS Y REY.

Carlos Ibáñez Quintana