Carta abierta a la Sra. Ministra de Defensa
21.04.08. Excma. Sra.: El informativo de la televisión nos ofreció su toma de posesión en el cargo. Como es de rigor, V. E. pronunció una alocución que terminó con los gritos reglamentarios de “¡Viva España!” y “¡Viva el Rey!”.
¡Uyuyuy! ¡Con qué poca gracia salieron de su boca! Se notaba a la legua que era la segunda o tercera vez que los pronunciaba. Anteriormente lo habría hecho al ensayar el discurso; y nunca más.
Llegué a pensar que podría V. E. recibir clases de cualquier carlista. Pero no; el gritar “¡Viva España!” y “¡Viva el Rey!” es algo que no se puede aprender. Que no hace falta aprender cuando se llevan en el corazón los sentimientos de amor a España y al Rey. Algo que creo que no se da en su caso, a juzgar por el partido político del que procede.
No faltan en su partido personas que aman a España. El Sr. Bono manifiesta ser uno de ellos. Supongo que el antiguo carlista Barrionuevo conserva ese amor a través de su paso por el SEU y arribada final al socialismo. Entre las mismas masas socialistas, a pesar del carácter internacionalista de la doctrina, quedará con mayor o menor intensidad el natural amos a la Patria en que nacimos. Pero el flojísimo “viva” que V. E. pronunció demuestra que ese no es su caso. La política desarrollada por el Sr. Zapatero en la anterior legislatura demuestra lo mismo: entre los políticos del PSOE hay escasez de amor a España. Y esa penuria no se puede arreglar con un trasvase (o “toma puntual” como ahora dicen) Porque el auténtico trasvase que hay que hacer es mental y si lo admitieran dejarían de ser el PSOE.
Respecto al Rey, no me extraña nada que en el PSOE no sientan ningún entusiasmo. Para que el Rey entusiasme a sus súbditos, tiene que ser verdadero Rey. Rey que HAGA justicia, como decía el Fuero Juzgo. Que, como dice la Escritura, defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador. Asó lo hemos entendido y lo entendemos hoy los carlistas, herederos de aquellos voluntarios que abandonaron sus hogares para irse con “Don Carlos, que en la frontera espera a los mozos bravos de la nación”, como decía el cantar.
Iban conscientes del riesgo que corrían. Y al despedirse de su madre la consolaban:”y si no puedes volverme a ver, dirás que he muerto por Dios y el Rey”.
Así se daban escenas como la de aquel Teniente de un batallón castellano al que retiraban en camilla desde el campo de Somorrostro al hospital de Portugalete.
– ¿Qué tienes? – le preguntó D. Carlos.
– Ahora Señor, un solo brazo para serviros.
Un casco de granada le había arrancado el brazo que faltaba.
Para que suene como debe sonar el “¡Viva el Rey!” hay que estar dispuesto a seguirle hasta el final. No es necesario desear ir a la muerte, pero no rechazarla si ello fuera necesario. Cuando no se tienen en el corazón esos sentimientos, tales gritos, aunque se den en un acto oficial, suenan igual que si se pronunciaran en un escenario de teatro, representando una opereta. Y es que a D. Juan Carlos sólo se le puede seguir a los actos oficiales o a las regatas de balandros.
Antes de terminar la presente me ha venido a la memoria una función teatral que representaron las jóvenes de Acción Católica en mi pueblo, hace sesenta años. Se trataba de un drama ambientado en la Edad Media. Era cuando en los escenarios se procuraba que solo actuasen chicos o chicas, por separado. Por eso el papel de un caballero cristiano lo representaba una joven destacada por su nacionalismo. En un momento determinado tenía que terminar un párrafo diciendo: “por mi Dios, por mi Patria y por mi Rey”. No sé cómo se las arreglaría; pero nos emocionó a todos los espectadores. V. E. no ha sido capaz de llegar a tanto.
Zortzigarrentzale