Sobre los trasvases

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21.04.08. Decía Joaquin Costa que los ríos de España deberían llegar secos a su desembocadura. Tal era el énfasis que ponía en la conveniencia y necesidad de construir obras hidráulicas.
No sabemos si a Costa se le puede calificar como hombre de izquierdas. Con muchas de sus afirmaciones estamos de acuerdo los carlistas. Pero la izquierda, en otro tiempo, se lo apropió. Durante la Repúiblica se emitió un sello de correos con su efigie.
Como quiera que sea, la izquierda nunca ha cumplido los deseos de Costa. El primer plan serio de obras hidráulicas lo redactó el Conde de Guadalhorce en tiempos de las Dictadura. Y se llevó a cabo en los tiempos de Franco. Es que la izquierda puede tener buenas ideas. Pero es incapaz de llevarlas a cabo. Y no solo eso, cuando llega el momento de ejecutarlas se opone a las mismas. Como ha ocurrido con el Plan Hidrológico Nacional.
Era ridículo el énfasis de Zapatero cuando en la reciente campaña electoral prometía que mientras él gobernase no se llevaría a cabo ningún trasvase. Para la izquierda actual la palabra trasvase tiene el mismo rechazo que para nosotros el término aborto. Con el agravante de que un aborto siempre es un crimen y un trasvase es algo beneficioso. Si no lo fuera no se llevaría a cabo.
Sería inadmisible un trasvase que consistiera en quitar el agua a quien la necesita. Como ya ocurrió en tiempos de Franco, cuando dejaron a los de Bercedo (Burgos) sin su río Cerneja para calmar la sed de Bilbao (que tomen nota de esto Ibarretxe y sus seguidores). Pero tomar el agua donde sobra y no se aprovecha para llevarla a donde es necesaria, sea para beber, sea para riego, es algo útil que debe ser realizado. Si no, ¿en qué consiste el comercio? : en tomar lo que sobra en una comarca y llevarlo a otra en donde se necesita.
¿Qué han sido las grandes obras hidroeléctricas en la cuenca del Duero donde el capital bilbaíno buscó la energía que necesitaba la industria vizcaína? Un trasvase; aunque nunca se le denominase como tal. Tomar algo que se está perdiendo y llevarlo a cientos de kilómetros donde tiene utilidad.
Estamos de acuerdo en que los primeros beneficiarios del agua que un río lleva tienen que ser los habitantes de sus riberas. Pero si ese río desagua en el mar hectómetros cúbicos que nadie aprovecha, ¿qué cosa más natural que se trasvasen a comarcas donde el agua escasea?
Lo absurdo es que algo tan elemental no lo entiendan los políticos. Absurda es la situación a la que hemos llegado: en la que por los estatutos de autonomía se prohíben los trasvases de agua. Así por dogma; porque el pueblo (eso dicen ellos) lo quiere.
Cada trasvase tiene que ser objeto de un estudio técnico y económico. Y ello dirá si hay que realizar el trasvase o no. Primero que hablen los técnicos y los economistas. Y que los políticos decidan después. Pero la democracia que padecemos nos ha llevado a un mundo al revés: hablan los que nada saben, aunque hayan conseguido millones de votos, y no se escucha a los expertos en la materia.
Nuestros ignorantes políticos han opuesto las desaladoras a los trasvases. Si conocieran los principios elementales de la física no lo habrían hecho. Existe en la naturaleza una tendencia a la mezcla, al desorden. Hace más de un siglo un ilustre físico alemán llegó a la conclusión de que esa tendencia a la mezcla llevará el universo a lo que denominó “muerte térmica”. Sin meternos a copiar una lección de termodinámica diremos algo que todos entenderán. En la vida corriente procuramos que no se mezclen los fluidos fríos con los calientes. Por eso se aíslan las tuberías, e instalaciones. Los frigoríficos que tenemos en nuestras cocinas tienen gruesas paredes por el aislamiento.
Del mismo modo se deben evitar también las mezclas de fluidos; de los limpios con los sucios. En nuestro caso del agua dulce que llevan los ríos con la salada del mar.
Cuando se ha producido una mezcla de las citadas, para separar los elementos que se han mezclado hay que gastar energía. Del mismo modo que en el frigorífico doméstico, para extraer el calor que en él ha penetrado, hay que conectarlo a la red eléctrica. Pues no de otra manera, para separar el agua de las sales que lleva disueltas, hay que gastar energía. La tecnología moderna ha realizado grandes avances en el campo de la desalación de aguas. Pero nunca se conseguirá la desalación sin consumo de energía. Dejar que se mezclen el agua salada con la dulce, cuando lo que se necesita es la segunda, es algo así como hacer un viaje a un punto cualquiera para volver al origen, que es donde queremos permanecer. En ocasiones puede ocurrir que la energía necesaria para transportar el agua dulce a un destino lejano puede exigir más energía que la desalación. El trasvase debe desecharse.
Pretender resolver las necesidades de agua de Barcelona, llevando en barco agua desalada en la provincia más árida de España, es algo que traspasa, por muchas leguas, los límites del absurdo. Agua cara y transporte caro para obtener lo mismo que se está dejando perder a pocos kilómetros. Si se pone en práctica el descabellado plan ¿a qué precio sale el agua? ¿Quién lo va a pagar? Si la situación en que nos encontramos, por culpa de la imprevisión de los políticos de uno y otro color, es tan apremiante, no nos parece mal que sea el Estado, todos los españoles, quien ayude económicamente. En tal caso ¿Terminarán los separatistas catalanes con su monserga del “nosaltres sols”?.
Porque en la oposición a los trasvases late una insolidaridad entre regiones derivada de la pérdida de amor a España a la que nos han llevado dos siglos de liberalismo. No lo olvidemos.
Carlos Ibáñez Quintana. Ingeniero Industrial.

Carlos Ibáñez Quintana