Derrochar nuestro dinero

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08.01.08.  En la revista DYNA de la Asociación de Ingenieros Industriales, número correspondiente a Diciembre de 2007, aparece un artículo de D. Miguel Barrachina Gómez, Dr. en Ciencias Químicas, de la Real Academia de Doctores de España, titulado “Gestión del Conocimiento Nuclear”.

El autor relata cómo en 1983 el Gobierno socialista promulgó el PEN 83 (Plan de energía Nuclear). Ello supuso la prohibición de concluir las centrales nucleares de Lemóniz y Valdecaballeros, que casi estaban terminadas, y la de Trillo, cuyo proyecto iba avanzado. Los españoles hubimos de resarcir a las compañías eléctricas con más de 830.000 millones de pesetas de las de entonces. Acordó el Gobierno con las empresas la indemnización. Pagó el Gobierno. Pero el dinero salió de nuestros bolsillos.

No terminaron ahí los despropósitos de los nuevos amos de España. Deshicieron la Junta de Energía Nuclear (JEN) que venía desde el régimen anterior y que la UCD había respetado, y la sustituyeron por el actual Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT). Ello supuso la disolución de un equipo de expertos con la consiguiente pérdida de conocimientos y experiencia.

Porque los socialistas no entraron en el organismo con intención de reformar, lo que habría sido comprensible, sino de destruir. El autor del artículo, que fue destituido de su puesto, declara que fue testigo de una vandálica destrucción de sus laboratorios. Como prueba aporta una fotografía, que pone los pelos de punta, del estado en que quedó el de Radioquímica del Trabajo.

A los perjuicios apuntados hay que añadir que la electricidad que las centrales nucleares no han producido ha tenido que ser sustituida por la procedente de las centrales térmicas, que es más cara. Éstas funcionan a base de combustible importado y emiten a la atmósfera grandes cantidades de anhídrido carbónico que incrementan el efecto invernadero. A ver cómo compaginan los socialistas este desaguisado con su cacareada intención de poner a España como pionera en defensa del medio ambiente.

La actuación de los socialistas se realizó, a juicio del autor, sin sentido de Estado, sin ser precedida de un análisis reposado para salvar lo que fuera valioso. Exactamente lo mismo que cuando derogaron el Plan Hidrológico Nacional en 2004. Más millones, esta vez de euros, derrochados alegremente y que también hemos pagado nosotros.

Y este es uno de los grandes reproches que hacemos al actual sistema político. Permite que consigan el poder hombres sin ningún conocimiento, cuya escasez mental a duras penas les ha permitido identificarse con una ideología. Son incapaces de razonar y sólo saben repetir latiguillos, aplicar recetas derivadas de sus pocos conocimientos. Así adoptan absurdas decisiones onerosas para los administrados. No se les cae de la boca la palabra “progreso” y desprecian, porque ignoran, las ventajas de los adelantos científicos.

Y esos ignorantes monopolizan la enseñanza y manejan el 40 o 50 % del gasto total, lo que les permite adormecer al pueblo y les garantiza la permanencia en el poder estableciendo un estado totalitario peor que los policíacos del siglo XX, porque se cubre con la careta de la libertad.

Si al menos, el que se sienta en el trono, en que Franco le puso, tuviera capacidad de hacer algo. Algo más que dirigirnos melifluos consejos, que no se pondrán en práctica, cada Navidad. Se podría esperar de él un “¿por qué no dejáis de hacer barrabasadas?”. Porque no creemos que en aras de la convivencia haya que transigir con el crimen que supone tirar por la ventana unas riquezas de las que el pueblo está necesitado. Pero ni esa solución nos queda.

Hay que cambiar el sistema. Tenemos que empezar por rebelarnos contra él. No se trata de “echarnos al monte”. Enseñaban los comunistas a sus alevines que la máquina mejor pensada se paraba cuando en su mecanismo se colocaba un puñado de arena. Aprendamos la lección.

Esta maquinaria tiene muchos fallos. Ni siquiera necesitamos de la arena. Nos bastará con no empeñarnos, inútilmente, en poner emplastos a las consecuencias de sus errores. Por el contrario, desde la sociedad, promovamos iniciativas que vengan a llenar el vacío de una Constitución llena de literatura y escasa de soluciones.

 Carlos Ibáñez Quintana.