Manifiesto leído en la festividad de los Mártires de la Tradición en Montcada i Reixac 2009

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12.03.09.  Amigos y Correligionarios:

Nos congratulamos al reunirnos en este lugar sagrado, regado con la sangre de verdaderos Mártires de Cristo, para celebrar la festividad de los Mártires de la Tradición.  Se cumple este año el 70 aniversario de este entrañable acto. Recién liberada Barcelona por las tropas nacionales, en 1939, un grupo de carlistas, a pesar de las prohibiciones gubernamentales, se concentró en este mismo cementerio para honrar a sus muertos. Desde entonces, ininterrumpidamente, el carlismo catalán ha tenido a bien ser fiel a este compromiso para con aquellos que testimoniaron con su vida al Señor de la Vida.

Los acontecimientos que hoy queremos rememorar están plenos de simbolismo. La capilla en la que hemos celebrado la Santa Misa, se erigió sobre la fosa común donde yacieron 1.198 asesinados. De entre ellos se pudieron identificar un centenar de carlistas aunque sabemos que muchos cuerpos de nuestros correligionarios nunca pudieron ser reconocidos, convirtiéndose así en héroes anónimos ante los hombres pero no ante Dios. Igualmente, ante los muros del cementerio, fue fusilado el Obispo de Barcelona, D. Manuel Irurita, de raigambre tradicionalista. Todavía hoy, los enemigos de Cristo, se empeñan en negar su martirio y en reconocerle la palma que merece. Entre los primeros ejecutados, que precedieron a muchos más, no podían faltar unos bravos carlistas que queremos recordar: eran los hermanos Jaime, Luis y Francisco Argemí Farrán, humildes jornaleros de Barcelona, que fueron fusilados el 22 de julio de 1936. Mirando a nuestro alrededor podemos ver el cinturón industrial de Barcelona, donde impera el descreimiento y la secularización; donde las promesas de falsas libertades, y un más que falso bienestar, tantos estragos causan en las almas. Qué mejor ejemplo para estos tiempos que esta familia de humildes trabajadores que fueron fieles a sus ideales hasta la muerte.

Esta no sería la única familia carlista inmolada en este camposanto. Los cuatro hermanos Forcada Muñoz -Alfredo, Francisco, Ignacio y José- de Manlleu, caerían fusilados el 13 de febrero de 1937. El odio se cebó incluso en mujeres como Carmen Esquirol Blajot, margarita también asesinada esa fecha. El sacrificio martirial que sufrieron las familias carlistas catalanas, y tantas otras familias católicas, es motivo de reflexión. Hoy, los enemigos de Cristo y la Iglesia, se ceban en la familia. La presente democracia no ha cejado de legislar contra la institución familiar. En treinta años hemos sufrido desde la ley del divorcio, impulsada por un gobierno de centro-derecha, la UCD plagada de católico-liberales, hasta la actual ley de matrimonio de homosexuales; pasando -¡cómo no!- por una infame ley de despenalización del aborto que permite el asesinato de 100.000 no nacidos cada año, y que aún quieren ampliar más. Que nadie se engañe, los ataques a la familia no vienen sólo de la izquierda. Gobiernos autonómicos conservadores como el del PP en Valencia, CiU en Cataluña o UPN en Navarra, legislaron antes que los socialistas a favor de las parejas de hecho. Es esta Democracia, en sí misma, la que no quiere que Cristo reine sobre nosotros. Actualmente, la clase política consagra y lidera la soberbia humana y la apostasía colectiva que estamos viviendo. Y frente a la apostasía no queda otra arma que el testimonio. Por eso nos hemos congregado aquí, para alimentarnos del testimonio de aquellos que nos precedieron. Tenemos por seguro que si nos olvidáramos de nuestros mártires acabaríamos errando en nuestra labor política. Hoy, tristemente, muchos católicos que militan en partidos liberales se acomplejan de la gesta de nuestra Cruzada y callan sobre la persecución. Al negar la sangre martirial que corrió por la tierra catalana, han perdido el sentido de nuestras raíces y, por ello, son incapaces de mantener posturas políticas coherentes con la fe.

No es de extrañar, por tanto, que el gobierno socialista se propusiera impulsar una Ley de la Memoria histórica, con el fin de borrar los últimos restos del recuerdo de la Cruzada del 36. Porque, no lo olvidemos, para muchos -especialmente para el carlismo– fue una verdadera Cruzada y no meramente una Guerra civil. Esta Ley de la Memoria histórica tiene como fin desmemoriarnos, enterrar la historia y arrebatarnos el recuerdo de los Mártires. Peor aún, quieren convencernos que los mártires fueron verdugos y que los verdugos fueron mártires. Es por esto, por lo que debemos estar aquí y volver año tras año, para reafirmar la verdad histórica y para demostrar nuestra firme convicción de querer seguir existiendo tal y como somos; seguir pensando, tal y como pensamos; seguir creyendo, tal y como creemos. Quieren que olvidemos los más de 8.000 asesinados en Cataluña entre 1936 y 1939; entre ellos miles de sacerdotes, religiosos y religiosas y cuatro obispos, incluyendo al Obispo Polanco de Teruel ejecutado en Gerona. Pero es nuestro deber perpetuar su memoria, por ellos y por el bien de nuestra amada tierra catalana.

Algunos piensan que el carlismo debería aceptar su desaparición, o al menos dedicarse al recuerdo histórico, pero no a la política. Sin embargo, creemos que nuestra misión está en el ámbito político. Porque este es el campo que han elegido los enemigos de Dios y de la Iglesia para librar el combate. Desde los Parlamentos e instituciones se legisla contra la Iglesia, la Patria y la familia, y es ahí donde debemos estar. No importa que seamos pocos o muchos. No importa que los medios sean escasos. Nos cuentan las crónicas que, cuando se inició el proceso de identificación de los mártires carlistas de Montcada, muchos familiares no pudieron costear siquiera el traslado o el enterramiento. Solamente pudieron dejar sobre las cajas que contenían los restos de sus seres queridos una boina roja a modo de signo sublime de los ideales por los que ofrendaron sus vidas. ¡Qué gesto tan humilde! pero cuánto valor ante Dios. Aprendamos de aquellos carlistas y de su entrega. Mientras que la clase política sólo sabe enriquecerse con sus corruptelas, nuestra riqueza está en la honestidad; mientras que su fuerza está en la prepotencia del Estado, nuestra fuerza está en Dios.

Nos adentramos en el tercer milenio de nuestra era y este siglo será el del combate en el que se dilucidará el futuro de la Cristiandad. Preparémonos, pues la lucha será larga y dura. Que nuestra bandera sea la jaculatoria que lanzaban nuestros mártires ante sus verdugos y que les abría las puertas del cielo. Gritemos todos juntos con ellos:

¡Viva Cristo Rey!

Cementerio de Montcada y Reixac, 8 de marzo de 2009