Carta abierta a D. Amando de Miguel. El liberalismo es peor que pecado

image_print¡Imprime esta sección!

26 de abril de 2010. Muy Señor mío:
Me refiero a su artículo que con el título “El liberalismo no es pecado” ha aparecido en La Gaceta de los Negocios el día 10 de abril.
Estoy de acuerdo con el mismo en cuanto que defiende la libertad de la Sociedad frente al intervencionismo del Estado. Pero considere Vd. que el Estado se ha hecho intervencionista al haber desaparecido de la vida pública toda referencia a una ley natural que esté por encima de él. El liberalismo hizo del Estado un dios. Es lógico que los hombres de hoy recurran a su dios en sus necesidades, como lo hacían los de ayer al verdadero Dios.
Con el pecado podemos convivir los cristianos, pues se perdona. Con el liberalismo no, porque niega la existencia del pecado, niega la necesidad de la Redención y la desprecia. Es así aunque muchos no se den cuenta.
Entre los no creyentes es lógico el liberalismo. La experiencia nos dice que entre quienes se confiesan liberales los hay que se esfuerzan en ser consecuentes con lo que profesan y nos respetan a quienes pensamos de otra forma. Su liberalismo llega a ser una virtud humana. Una expresión de ese humanismo ateo, que no puede dar razón de sus fundamentos doctrinales, pero que existe.
Pero también los hay, y en mayor número, quienes haciendo alarde de los principios de libertad, igualdad y fraternidad, fijan todo su empeño en combatir a la Iglesia Católica. Lo dice la experiencia y en la actualidad podemos apreciar los frutos de sus trabajos.
Otro grupo lo constituyen los que se confiesan liberales y son católicos practicantes. A nuestra vista aparecen como inconsecuentes y, renunciando a meternos en sus conciencias, atribuimos su “doble militancia” a una insuficiente formación doctrinal religiosa. 
Pero los verdaderamente peligrosos para la Religión son los católicos liberales. Desde principios del siglo XIX apareció esta peste en hombres de Iglesia, que afirmaban era preciso aceptar los principios de la Revolución e inventaron el eslogan: Iglesia libre en Estado libre.
Frase biensonante que, a primera vista, parece resolver los problemas que se han dado en la convivencia de ambas instituciones.
 Lo que termina ocurriendo es que ese Estado libre, es tan libre, que utiliza su libertad para convertirse en un falso dios y oprime no sólo a la Iglesia sino a toda la sociedad: regiones, organizaciones profesionales, instituciones de enseñanza, municipios, familias y personas. En nombre de una libertad abstracta, escrita con mayúscula, termina suprimiendo las libertades concretas de la Sociedad. Así Cánovas suprimió totalmente los Fueros de las Vascongadas, a pesar de que admiraba en ellos el contenido de libertad que se daba en sus instituciones municipales.
Los católicos liberales han aceptado los principios de la Revolución. Luego los han convertido en dogmas que han añadido a los de la Iglesia. Y han terminado dando más importancia a los falsos dogmas revolucionarios que a la misma Fe.
Los católicos liberales respetan todas las opiniones, excepto las que profesamos los católicos consecuentes que no somos liberales. En un conflicto entre nosotros y los no creyentes, se pondrán de parte de éstos. Así hemos visto a Jacques Maritain  y a Don Sturzzo convertidos en panegiristas de la España roja. Y ello en nombre de la Religión.
El liberalismo infiltrado en la Iglesia ha sido fatal para ella. Se ha convertido en ese relativismo que profesan muchos católicos, en virtud del cual, de la enseñanza del Magisterio eclesiástico aceptan lo que les conviene y rechazan lo que no les gusta. Y siguen llamándose católicos y pretenden imponernos a los demás, atropellando nuestra libertad, sus puntos de vista.
 Y ese es el liberalismo que combatimos nosotros con más interés. En los no católicos, vemos que no pueden ser otra cosa, que piensan con lógica. Y les respetamos. En ocasiones, más que ellos a nosotros. Pero que hombres que creen en Cristo, Dios y Hombre, Redentor de la Humanidad y que a la vez alardeen de profesar una doctrina que declara perfecto al hombre y, como consecuencia, innecesaria la Redención, no lo entendemos.
Volviendo al título de su artículo. Al liberalismo, al negar la existencia del pecado y la necesidad de su perdón, no podemos clasificarle como pecado. Como lo hacemos con la mentira, la lujuria o la soberbia. Es mucho peor. ES PEOR QUE PECADO.

Carlos Ibáñez Quintana.