Reformemos el Senado
7 de febrero. Nunca nos cansaremos de repetir lo que de necedad, memez, tontería, etc. tiene el haber introducido en el Senado las lenguas cooficiales con traductores. La necedad afecta a todos los senadores. A los que han tomado la iniciativa en primer lugar. A los que la han aprobado después. Pero no quedan libres los que se han opuesto y no han traducido esa oposición en un abandono masivo del recinto cuando el primer orador hizo su alarde de jugar a catalán, vasco, gallego o lo que sea.
El hecho es que muchos españoles han visto en lo sucedido la más clara prueba de que el Senado actual es una mera representación teatral. No sirve para nada práctico.
En la última edición del Ideario y Programa de la CTC, en el capítulo 4 “Para mejorar la Representación Política de la Sociedad” decimos:
En el sistema tradicional la representación corresponde a las Cortes Generales y a las Cortes de Cada Región con unas competencias propias en su esfera. No hay lugar para una segunda Cámara o Senado.
Luego añadimos:
“04.04. Reformar el Senado de modo que se convierta en una cámara de representación social: sindicatos, asociaciones profesionales, universidades, representantes autonómicos o locales, etc”.
A primera vista puede parecer una contradicción: comenzar afirmando que no hay lugar para una segunda cámara y pedir después su reforma. Es que la reforma la pedimos para un situación intermedia, que se podría iniciar ahora mismo, cuando ya se está demostrando su inutilidad. La supresión es para la solución definitiva.
En nuestro sistema la gobernación corresponde al Rey con sus consejos, auxiliado por los correspondientes secretariados y ministerios. La representación popular que vigila la actuación del Rey corresponde a las Cortes Generales. Sobra una segunda cámara. En las Cortes Generales tiene asiento la representación orgánica de la sociedad.
Actualmente no existe ninguna cámara que frene los abusos del Gobierno. Y estamos sufriendo un Gobierno tiránico. La teórica limitación del Parlamento desaparece cuando el partido gobernante ha alcanzado una mayoría absoluta. Y cuando no la ha alcanzado se la ha procurado sobornando a los partidos nacionalistas minoritarios.
Los carlistas somos conscientes de la necesidad de una institución que impida los abusos del Gobierno. A la vista de que el Parlamento es uno con el Gobierno, pensamos que esa limitación la podría asumir el Senado. Pero un Senado debidamente reformado, en el que tengan asiento los verdaderos representantes de la sociedad. Sin la adulteración que supone la presencia de los partidos políticos.
Nos hemos centrado en la inutilidad del Senado. Pero es que el Parlamento lo es igualmente. Las clamorosas ausencias de diputados del hemiciclo los demuestran. Al grupo Intereconomía, flagelo de los políticos, le sugerimos que dedique diariamente un recuadro en su diario en el que dé noticia resumida de las actividades del Parlamento, con indicación de los diputados presentes y ausentes. Algunos negarán la inutilidad del Parlamento recordando que en él se aprueban las leyes y se toman decisiones. Pero ¡cómo se toman! Los diputados ni se enteran de lo que se ha expuesto en las deliberaciones. Aprietan el botón siguiendo órdenes de sus jefes de filas. Lo mismo que si aquellos no existieran y votaran solamente éstos dando a su voto un valor equivalente a los diputados de que el partido dispone.
Que siga el Parlamento gobernando o desgobernando como hasta ahora, pues no admite reforma. Pero que haya algo distinto que le frene en sus abusos. Puede ser el Senado reformado.
Pasará el tiempo. Se sucederán las elecciones. Los españoles se irán dando cuenta de la inutilidad del Parlamento. La abstención será inevitable y puede traducirse en la supresión del mismo. Por ese camino se puede llegar a lo que de verdad hace falta: un gobierno dirigido por un Rey responsable, que resuelva los problemas sin la charlatanería del Parlamento actual. Un Senado, que funcionará, como las Cortes tradicionales, ejerciendo la representación de la sociedad y limitando los posibles abusos del Rey. Algo que hoy no tenemos respecto al Gobierno.
Carlos Ibáñez Quintana