XIII Congreso: primer borrador de las ponencias
XIII CONGRESO NACIONAL DE LA COMUNION TRADICIONALISTA CARLISTA
1ª PONENCIA: LA FAMILIA
Ponente: Javier María Pérez Roldán
En el pasado, en todo tiempo y lugar, fue considerada la familia como la célula básica de la Sociedad, y ello de manera tal que no sólo era fundamento de la «vida privada», sino pilar fundacional de la «vida pública». Así fue incluso en las sociedades más primitivas, en las que el clan -entendido como el conjunto de personas unidas por vínculos de sangre común- era vital para la configuración de la vida política.
Esta realidad natural que es la familia se imponía a la razón humana con tal fuerza que la sociedad clásica más eminentemente política, la romana, extremó tanto el celo en la defensa de su ser natural que bajo en la Ley de las XII Tablas otorgó al pater familias el «vitae necisque potestas» (poder de vida o muerte) sobre sus hijos, su esposa y sus esclavos. El Cristianismo, iluminado por la luz de la Revelación, atemperó tales excesos rigoristas pasando a ser la familia el elemento fundamental del progreso moral y material de la cultura occidental.
No obstante a partir del Siglo XVIII esta carrera que unía el progreso moral al material, y ambos al libre desenvolvimiento de la familia, empezó a sufrir los primeros ataques, que arreciaron con el liberalismo y los estatismos de los siglos XIX y XX, habiendo quedado en nuestro siglo completamente postergada la familia en el ámbito público (y aún en el privado) debido a la hegemonía cultural alcanzada a día de hoy por la nueva izquierda. Hegemonía que en estos extremos ha permitido la democracia liberal por compartir, en este extremo, la misma estrategia. Y es que si bien entre los defensores de la familia es conocido que la nueva izquierda quiere derribar las patrias (pues es internacionalista), la familia (que para Engels, según reflejó en 1884 en su obra «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado: a la luz de las investigaciones de Lewis H. Morgan», era la primera consecuencia del capitalismo), y la Iglesia (el «opio del pueblo»); pocos conocen que la estrategia demócrata liberal es coincidente en la pretensión de derribar estas tres barreras. Es esclarecedor, al respecto, la célebre obra, publicada en 1992, «El fin de la Historia y el último hombre» de Francis Fukuyama. En la misma se sostenía que con la caída del comunismo en la URSS la Historia, como lucha de ideologías, había terminado, y ello de manera tal que la democracia liberal se acabaría imponiendo en el mundo. No obstante, en los capítulos finales incidía en tres elementos que debían ser derribados para no poner en peligro la supremacía demócrata-liberal: la familia, las patrias y las religiones, muy especialmente la católica.
Así pues es evidente que el Tradicionalismo, en su lucha por la reinstauración, no ya solo de una sociedad cristiana, sino siquiera, y como paso previo, de una sociedad regida por la Ley natural, debe afrontar el combate en la defensa de estos tres objetivos estratégicos de la Revolución, y muy principalmente en la defensa de la familia, pues al fin y al cabo la patria es una extensión de ésta y la adhesión a la fe verdadera se realiza principalmente en el seno de la familia. Por tanto, salir vencederos en la lucha por la familia traerá, por añadidura, la victoria en la defensa de la Patria y la Religión.
Ya Vázquez de Mella nos dijo que «la familia, la primera de las monarquías y la fuente de las sociedades, no se ha podido librar de sus garras y de sus invasiones» ( Vázquez de Mella, Juan , La Iglesia independiente del Estado ateo, discurso pronunciado en Santiago de Compostela el 29-7-1902, en Obras Completas, Tomo 5. sus O. C., t. 5, Voluntad, Madrid, 1931. Págs. 300-301.)
El Carlismo, pues, atento siempre a los derechos concretos, debe tener claro cuáles deben ser las prioridades en su defensa de la familia, y luego, en concordancia con ello, defender las «realidades concretas» en que encarnar tales prioridades.
A este respecto, cualquier defensa eficaz de la familia pasar por defender:
1º La autoridad, concepto hoy despreciado y que se le hace sinónimo del autoritarismo. En la familia la defensa de la autoridad pasa por la defensa del padre de familia como «monarca», es decir, como autoridad suprema para determinar el bien común de la familia.
2º El comunitarismo, como opuesto al individualismo que considera solo al individuo como portador de la verdad y dignidad, olvidando que existen cuerpos colectivos tan ciertos y verdaderos como el individuo: familia, municipio, comarca, región, federación, universidad, iglesia, gremio, aristocracia y ejército.
3º La razón natural, frente al sentimentalismo. Y es que a día de hoy se niega la «verdad objetiva» de forma tal que se pretende que ya no es existe nada verdadero, sino que las cosas son lo que cada cual quiera que sea. Así, la ideología de género niega la existencia de la dualidad varón-mujer, sosteniendo que cada cual es lo que quiera ser, de forma tal que un nacido varón puede decidir ser (y así habría que tratarlo) mujer. Del mismo modo, para la corriente de pensamiento imperante hoy no existe la familia ni el matrimonio, sino que existen diversas e infinitas formas de familia, pues familia no es algo dado, sino lo que cada cual quiere que sea, de forma tal que familia puede ser la unión de dos hombres o de dos mujeres. Así pues, se hace imprescindible defender que la verdad existe, y que no es otra cosa que la adecuación de la cosa y el entendimiento. Y que la voluntad o el deseo, o el apetito o el sentimiento nada añade, ni quita, a la realidad. A este respecto debemos recordar el daño que hizo el amor romántico al matrimonio, por cuanto el sentimentalismo identificó amar con sentir que se amaba, de forma tal que desaparecido el amor esa lícita la ruptura matrimonial.
Las tres cuestiones anteriores, por su evidente carga de abstracción son de difícil defensa en una sociedad como la actual, acostumbrada a lo visual y a lo poco especulativo. Por tal motivo, y descendiendo a las realidades concretas, desde el orden práctico la labor política de la Comunión Tradicionalista Carlista debería desempeñar la defensa de la familia en las siguientes realidades concretas y entrañables:
1.- Defensa del matrimonio como vínculo indisoluble. Solo en el la certeza del vínculo indisoluble reside la paz familiar, la estabilidad afectiva y la protección de los débiles. Así en el ámbito laboral se habla de la precariedad laboral como de una situación negativa con consecuencias en la salud y en la psicología del individuo (inseguridad, ansiedad, depresión, etc. por no saber si mañana nos durará el trabajo). Pues bien, habrá que introducir en el debate social la idea de la precariedad familiar. Y es que el divorcio, y aún más el divorcio exprés, ha introducido la precariedad en la familia, pues un cónyuge no sabe si al día siguiente el otro le puede solicitar la separación, los hijos no tienen la seguridad de poder seguir siendo criados por sus dos progenitores, en la ancianidad no se tiene la seguridad de contar con la compañía del cónyuge o el socorro de los hijos.
2.- Defensa del Fuero Familiar: Hoy se habla mucho de autodeterminación política, del derecho a decidir la independencia de determinadas regiones, de la democracia participativa como forma de intervenir directamente sobre los asuntos públicos. Pues bien si en el orden político no es lícita la autodeterminación, porque una región no es soberana, en la familia sí es lícito tal concepto, pues las familias son células previas a la existencia del Estado y por tanto Soberana en su orden de competencias. Por ello debemos defender la existencia de un Fuero Familiar como valladar frente al poder del Estado, de forma tal que el cabeza de familia es la única autoridad (aparte, lógicamente, aquellos casos en que extralimitándose de su autoridad se convirtiera en déspota, momento en el cual es lícita la intervención del poder público) para fijar el bien común familiar.
Habrá que luchar por una Ley que reconozca a la familia los medios necesarios para su libre desarrollo (la propiedad familiar); que establezca los bienes familiares (la vivienda en donde se desarrolla la vida doméstica) como inembargables; que garantice la estructura jerárquica familiar (de forma tal que los menores no se conviertan, en expresión feliz de Javier Urra, primer defensor del menor en la Comunidad de Madrid, en «el pequeño dictador») garantizando el poder de corrección de los progenitores; la enseñanza como derecho y deber primordial de la familia, de forma tal que al poder público le corresponda solo la garantía de los bienes materiales en caso de ser inalcanzables por la propia familia (cheque escolar).
3.- El voto familiar: La sociedad no es un simple agregado de individuos, por tanto es evidente que los cabezas de familia, según el número de descendientes menores de edad, podrá votar en sustitución de los mismos, pues las decisiones colectivas también afecta a los menores, que deben tener una representante que hable por ellos.
4.- Fiscalidad familiar: Es evidente que el objeto principal de un Estado es multiplicar el número de ciudadanos. Y es igualmente evidente que la vida en comunidad obliga al compromiso social. Pues bien, los nuevos ciudadanos nacen en una familia, y por tanto la Fiscalidad, entendida como reparto de cargas para el bien común, deben entender que quien aporta a la misma futuros ciudadanos debe tener una contraprestación. Por eso, a la hora de las contribuciones a la seguridad social las mismas serán decrecientes en función del número de hijos, de manera tal que contribuirá más quien menos hijos tenga, y contribuirá menos quien más hijos tenga, pues para criar a los mismos (que serán los futuros contribuyentes para garantizar las cargas públicas) necesita de mayor disponibilidad económica.
Del mismo modo, en caso de despidos colectivos a igualdad de condiciones se garantizará el puesto de trabajo al que mayores cargas familiares tenga.
5.- Defensa de los más débiles: Con la derogación de la Ley del Aborto y la prohibición de la eutanasia. Se debe incentivar la creación de unidades de dolor.
2ª PONENCIA: LA SOCIEDAD
Ponente: Javier Garisoain
El Carlismo es un movimiento político que nació como baluarte contra el proceso revolucionario, para arropar al rey legítimo de Las Españas, para ayudarle en la reconquista del poder. El objetivo del Carlismo a lo largo de todo el siglo XIX e incluso en parte del XX era principalmente político. Se trataba, como expresa el Oriamendi, de lograr que viniera “el rey de España a la corte de Madrid”. No se planteaban los primeros carlistas -pues nacieron como movimiento de autodefensa social- la necesidad de construir sociedad porque esa sociedad -católica y tradicional- ya existía y lo único que necesitaba era respeto y protección para seguir desarrollándose en libertad. Sin embargo esta necesidad de construir -o al menos de reconstruir las partes dañadas- fue haciéndose patente a medida que el liberalismo y las ideologías subsiguientes iban arrasando la sociedad tradicional, usurpando, controlando y centralizando la auténtica vida social.
Por eso, para sustituir las aniquiladas estructuras de solidaridad comunitaria que eran los gremios, por ejemplo, surgió el catolicismo social que puso en pie el impresionante tejido de las cooperativas y las cajas. Para contrarrestar el totalitarismo estatal en la enseñanza se crearon multitud de centros educativos católicos. Son solo dos ejemplos de cómo, independientemente de la lucha propiamente política por el poder, se ha venido desarrollando en nuestra historia una contienda paralela, no menos trascendente, y también política, por la sociedad. La teoría de las dos soberanías, magistralmente expresada por Juan Vázquez de Mella, respondía a la realidad de esta doble lucha política y social.
En el momento actual, año 2018, todos los indicadores nos alejan día a día de una solución netamente política. Como don Pelayo en los inicios de la Reconquista, no vislumbramos de qué manera podría volver España a ser ella misma de modo pleno y menos aún coronada por una restauración monárquica. Sin embargo, el campo que nunca dejaremos de tener al alcance de la mano, aquel en el que también como carlistas estamos llamados a trabajar, es el campo de la política social.
Los primeros carlistas tenían prisa por recuperar para las Españas un gobierno legítimo y tradicional. Vislumbraron con una claridad sorprendente el poder corrosivo que suponían las ideologías anticristianas. Hicieron todo lo que estuvo en su mano, fueron derrotados, y ¿quién podría decir hasta qué punto ha servido la presencia del Carlismo para aminorar, para retardar los efectos de la revolución?
Los carlistas del siglo XXI tenemos idéntica misión, aunque multiplicada, de construir, o al menos de ser levadura y sal para procurar que lo que se vaya reconstruyendo en el campo social responda al ADN original de España. ¿Qué podemos hacer en este sentido?
Lo primero que hemos de tener claro es que la sociedad española es mucho mejor de lo que leemos en los periódicos, mejor de lo que sale en la televisión, y desde luego mejor que la casta política que usurpa su voz y su representación y que está compuesta por servidores de ideologías y de intereses extranjeros. La España real, desnortada, desestructurada y desanimada, lleva a pesar de todo en su seno una inercia potente que la empuja a ser ella misma. Existe una España tradicional, formada por familias normales, por gente normal, personas que, como afirma José Javier Esparza, creen en Dios, en la familia, en la libertad y en el amor a su patria. Ese conjunto de valores antropológicos, propiamente humanos, antiideológicos, que además son inseparables y tienden a unirse en un mismo bloque coherente, son la esperanza y el baluarte último contra el que está chocando día tras día una revolución envalentonada. Y son esos valores en torno a los que habremos de organizar nosotros, los carlistas, y todos aquellos que quieran y puedan acompañarnos, la construcción o reconstrucción de una sociedad cada vez más fuerte y vital.
Entendemos por tanto que a lo que estamos llamados hoy como católicos españoles con vocación política es a alentar la creación de redes sociales, de núcleos de resistencia, de auténticas “células madre sociales” que sean capaces de reactivar una auténtica vida social desde abajo, desde cada calle y cada pueblo. Tenemos que soñar con ámbitos sociales en los que se preserve la paz social, y el bien común y que sirvan para vacunar a las nuevas generaciones contra la manipulación de las ideologías.
Las posibilidades de acción para desarrollar nuestro ya clásico lema de “Más sociedad, menos estado” son infinitas y por ello en torno a esta Ponencia quisiéramos agrupar y ordenar comunicaciones muy diversas. Tratemos de elaborar un índice provisional de posibles áreas de trabajo:
Las agrupaciones naturales de familias: las comunidades de vecinos, las asociaciones familiares locales, los círculos, la vivienda.
La vida espiritual, las parroquias y los movimientos eclesiales.
La formación: la escuela, los maestros, la universidad, las asociaciones de padres y de alumnos, las actividades de ocio y tiempo libre, la divulgación de la doctrina y la historia.
La cultura: el arte, la literatura y el mundo editorial, la moda, el ocio, la música, el folclore.
La economía y la empresa: las cooperativas de consumo y laborales, el comercio, los gremios, sindicatos, cofradías, mutualidades y agrupaciones laborales y profesionales, las cajas de ahorro, la empresa familiar, la distribución y el transporte.
La información: los medios de comunicación, internet y las redes sociales, las agencias, el control parental de los contenidos.
La autodefensa pura y dura frente a los abusos del poder, el socorro blanco y las cajas de resistencia, ¿las “catacumbas”?.
El ámbito electoral, que por contaminación liberal se suele identificar equivocadamente con lo más típicamente político, merece un capítulo aparte. Además de las inalcanzables elecciones generales existen resquicios como el municipal en los que en teoría aún sería posible destacar en cargos públicos a representantes de una sociedad libre. Para ello parece imprescindible romper totalmente con los partidos políticos y negarse a utilizar sus métodos siquiera como herramienta táctica. En cambio sería muy interesante explorar las posibilidades que ofrecen las candidaturas independientes, especialmente en municipios pequeños, así como fomentar reformas que vayan en la línea del “diputado de distrito” o de las candidaturas personales. En este campo la relación con los partidos del sistema ha de reducirse al mínimo pues no son mas que tentáculos, organismos semiautónomos de un mismo estado cada vez más totalitario.
3ª PONENCIA: LA HISPANIDAD
Ponente: Javier Barraycoa
El concepto de Hispanidad mientras que fue vivido como una realidad en el Imperio de la Monarquía hispánica, no tuvo necesidad de ser teorizado. Simplemente se vivía y se expresaba en el orden de lo cotidiano a lo largo de un imperio que ocupaba 20 millones de kilómetros cuadrados. Estas tierras bajo jurisdicción de Virreinatos dependiente de la Corona española, gozó de una pluralidad enorme de concreciones pero supo mantener una admirable unidad -que no uniformidad- política, cultural y religiosa. Los desarrollos consuetudinarios, jurídicos y políticos se hacían conforme a praxis políticas enmarcadas en un profundo sentido de Cristiandad, de proceso civilizador, evangelizador y hasta cierto punto de cruzada contra el incipiente imperio anglosajón que pretendía derrumbar un Nuevo Mundo que estaba emergiendo pero regido por principios inmutables.
La palabra Hispanidad, tardía en su aparición y equívoca en su interpretación, fue tomando cuerpo doctrinal gracias a autores como ramiro de Maeztu. Ello se producía precisamente cuando a España se le habían arrebatado los restos de sus provincias de ultramar y se cernía una crisis política y social que acabaría llevando a una cruentísima Guerra Civil. Poco antes, en plena II República, Maeztu escribía su “Defensa de la Hispanidad”. Este escrito no era una mera reivindicación de lo que España había sido, sino el intento de dejar una señal a futuras generaciones sobre el camino que había de seguir para que España saliera de su profunda tragedia espiritual y material. Tras la Guerra del 36, España vivió unas décadas de paz, más formal y temporal que no perenne y fundamentada. La Transición ha sido un escenario para esconder constantemente el fracaso de una sociedad que sigue tan enferma o peor que la que se vivía en la república.
Siguiendo el espíritu de Maeztu debemos preguntarnos si la idea de Hispanidad y la doctrina que la ha de acompañar puede transformarse en una praxis política. Muchos son conscientes de la crisis latente de España en particular y Occidente en general. Algunos buscan la solución, ante los constructos artificiales como la Unión Uuropea, en la recreación -incluso artificiosa- de una identidad patria. Este camino, fácilmente puede derivar en formas de nacionalismo y ontologismo identitario que repugna a la idea de Tradición.
Por otro lado, la tentación en las situaciones de crisis es atrincherarse en las posturas cómodas de la reflexión intelectual o en las lamentaciones por aquello que pudo haber sido y no fue. El carlismo, en cuanto que tradicionalismo encarnado en una praxis política, se haya en la encrucijada de decidir su destino. Y ante ello no se debe caer en tentaciones fáciles como recluirse en la nostalgia histórica o en la estética romántica. Pero tampoco podemos caer en un aperturismo a los “nuevos tiempos” para no perder el ritmo de los tiempos. Para el carlismo la política debe ser vista desde una dimensión trascendente pero a la vez práctica, sin anquilosamientos pero sin afán de novedades y modas acomodaticias. El reto es sencillamente formidable.
Es precisamente por ello que la idea de Hispanidad nos señala uno de los caminos fundamentales para reencontrarse. Por un lado, la Hispanidad no es una teoría, sino que es una concreción política e histórica. En segundo lugar, la Hispanidad no es una arqueología doctrinal sino una realidad aún presente en muchos países, si bien no en su totalidad, si muchos ámbitos donde podremos redescubrir Las Españas fuera de la España-nación y las fronteras administrativas. Mientras que unas fuerzas centrífugas pretenden partir la patria española, cada vez son más los grupos y movimientos sociales en Hispanoamérica que buscan reencontrarse -incluso integrarse- en la realidad política Hispana.
El iberismo, la proximidad y unión con Portugal, ¿es un imposible? ¿qué lo impide? ¿qué antecedentes políticos lo han intentado? ¿Acaso Cerdeña fue muchos más siglos española que no italiana y aún ello se nota en su idiosincrasia cultural? ¿Cuántos movimientos políticos y culturales reivindican en Hispanoamérica aún una profunda admiración por la Madre Patria? Estamos pensando en regiones como Santa Cruz en Bolivia. Son muchos los fenómenos que en breve tiempo se irán incrementando y nos reclamarán propuestas y respuestas. Sin lugar a dudas hay un inmenso movimiento en Norteamérica que está redescubriendo su pasado hispano previo en casi dos siglos al anglosajón. Grupos de presión portorriqueños se atreven a pedir su integración en España. La lengua castellana está volviendo a prestigiarse en Filipinas.
Pensadores, políticos, figuras históricas, están esperando ser redescubiertas, pues los propios países hispanoamericanos las desconocen por acción de la masonería y la revolución que se han encargado de que no conozcan sus raíces. Es sorprendente descubrir que la inmensa mayoría de mexicanos desconoce siquiera la Guerra de los cristeros. El tradicionalismo español puede encontrar en Hispanoamérica como realidad material y en la Hispanidad como realidad espiritual, un resorte de rejuvenecimiento, de apertura armoniosa con los principios que representamos y fructífera en su proyección internacional, pero también en la reconstrucción en nuestra Patria.