Puntualizando
22.02.05 Con motivo de la presentación en el Parlamento del Plan Ibarretxe, se viene repitiendo, tanto por los partidarios del Plan, como por sus contrarios, que el empeño nacionalista vasco por alcanzar la independencia es una continuación de la oposición de los vascos del siglo XIX a la Revolución liberal. Nada más falso.
El Carlismo se dio en toda España
En el citado siglo, y en toda España, se da una reacción contra los principios liberales. En las mismas Cortes de Cádiz se produjeron vivos debates entre los partidarios de las nuevas ideas revolucionarias y los tradicionalistas que querían terminar con el absolutismo de los Borbones devolviendo a España las antiguas libertades forales. La forma en que habían sido elegidos los diputados había dado una mayoría a los liberales y triunfaron las nuevas ideas. Fue el principio de las convulsiones que vienen perturbando la vida de España desde entonces.
Comenzaron por los pronunciamientos de los militares liberales para restaurar la Constitución que Fernando VII había suprimido. Triunfó por fin el levantamiento de Riego y tuvimos la primera experiencia liberal en España a partir de 1820. Contra ella se levantó el pueblo español. En apoyo de Fernando VII envió el Rey de Francia a los cien mil hijos de San Luis que, en un paseo militar llegaron a Cádiz y terminaron con el gobierno liberal. La facilidad con que los franceses se movieron contrastó con las dificultades que pocos años antes habían encontrado cuando, mandados por Napoleón, venían a imponernos los principios revolucionarios.
Repuesto Fernando VII en sus funciones siguió gobernando al modo absolutista, sin iniciar las reformas que la España tradicionalista reclamaba. Ello originó el levantamiento en Cataluña de los “malcontents” o agraviados.
Al morir Fernando VII y dejar como sucesora a su hija Isabel, los partidarios de la Legitimidad rechazaron la solución que les gustaba a los liberales. Por toda España se produjeron levantamientos a favor de D. Carlos V. El primero de ellos fue en Talavera de la Reina protagonizado por D. Manuel González y sus hijos. El más importante fue el de Castilla la Vieja, donde el Cura Merino llegó a reunir 20.000 voluntarios realistas. Otros se producirían en Bilbao, Vitoria, Navarra, Maestrazgo, Cataluña, etc. Todos fueron sofocados por el Ejército, del que habían sido eliminados los mandos tradicionalistas, y aceptó la injusta decisión de Fernando VII.
En el País Vasco se habría dado por concluido el levantamiento si no hubiera aparecido la figura de D. Tomás de Zumalacárregui. Reunió, organizó y disciplinó las partidas navarras que vagaban por las montañas perseguidas por los liberales. Fue secundado por las Diputaciones vascongadas que, poniendo en práctica su experiencia foral organizaron la administración civil y la recluta de soldados. Las tres Diputaciones le encomendaron el mando de sus respectivas fuerzas. Zumalacárregui fue el inventor de la guerra de montaña. Sus éxitos contra los mejores generales liberales fueron fulgurantes. Ello dio lugar a que D. Carlos hiciera realidad su presencia en España entrando por Navarra y estableciendo su corte en el País Vasco.
Pero no podemos olvidar la importancia que en el levantamiento carlista tuvo el territorio conocido por el Maestrazgo. El auge del levantamiento carlista llegó aquí con algún retraso. El papel de Zumalacárregui en el Norte lo desempeñó aquí D. Ramón Cabrera que ascendió al generalato desde simple voluntario, adquiriendo sobre la marcha sus conocimientos militares que le permitieron infringir grandes derrotas a los generales liberales y dominar un importante territorio que se extendía por las provincias de Zaragoza, Teruel, Tarragona, Castellón, Valencia, Cuenca y Guadalajara.
Dominó el Carlismo en amplias zonas de Cataluña. Pero no solamente eran carlistas los territorios ocupados por sus tropas. Los agentes carlistas se movían por toda España amparados por la población y las acogidas que las expediciones carlistas, que recorrieron toda España, recibían son prueba de que el pueblo español estaba con su Rey legítimo en quien personificaban la defensa de todas sus tradiciones y libertades, comenzando por la Religión.
Dos veces más se levanta el pueblo español por el Carlismo. En el mismo periodo se producen diversos “pronunciamientos” del ejército. Todos ellos, excepto el de San Carlos de la Rápita, promovidos por militares liberales. Prueba evidente que la política liberal estuvo siempre apoyada en el Ejército que lo mismo destronaba a Isabel, que proclamaba a su hijo Alfonso.
El Carlismo fue un hecho popular de toda España. No solo del País Vasco y de Cataluña.
Desgaste y decadencia del Carlismo
El Carlismo fue perdiendo seguidores como consecuencia de sus derrotas militares. La derrota produce cansancio y desaliento y resta apoyos de personas o instituciones que buscan acomodarse con la nueva situación.
Nunca fue propicio el alto clero al Carlismo. En la primera guerra solo el Obispo de León estuvo con D. Carlos V desde el principio. Cuatro o cinco obispos más, perseguidos por los liberales, hubieron de abandonar sus diócesis y se acogieron al campo carlista.
El la tercera guerra solamente el Dr. Caixal, Obispo de Urgel, se posicionó por D. Carlos VII. El Secretario de Estado del Vaticano, cardenal Antonelli, se manifestó siempre contrario al Carlismo. Se negó a enviar un Nuncio a la corte de D. Carlos mientras éste luchaba contra la Revolución claramente anticatólica y se apresuró a hacerlo a Madrid, tan pronto en Sagunto el Ejército proclamó a D. Alfonso. Esto provocó deserciones en el campo carlista.
El Nuncio Rampolla con algunos obispos promovió un movimiento político católico, no liberal (eso decían ellos) denominado “Unión Católica” para atraer a los carlistas a la monarquía de Sagunto.
Posteriormente el Cardenal Sancha, Arzobispo de Toledo, dio a sus diocesanos unos “consejos” que eran una verdadera coacción moral para que abandonasen el Carlismo.
Los Obispos, nombrados por los Gobiernos liberales (en varias ocasiones se dio el caso de que el Ministro de Gracia y Justicia, el que realizaba el nombramiento, era masón) procuraban observar una conducta respetuosa con el Carlismo, pero siempre distante. Eso como norma general porque en algunos casos su actitud era rabiosamente contraria.
La tónica general de los directores espirituales era recomendar a los fieles que se apartaran de la política como algo nefando. De modo que cuando llegaba la persecución religiosa (leyes “del Candado” y “de Asociaciones”) no había más acción política de los católicos que la que realizaban los tradicionalistas despreciados por la Jerarquía.
En esa misma línea fundó D. Ángel Herrera la “Asociación de Propagandistas Católicos”. Por persona que asistió a las primeras reuniones que convocó, me consta que su fin fue el de apartar a los jóvenes católicos del Carlismo. Nada tenemos contra la obra que realizó, meritoria en muchos aspectos, si no hubiera sido que cuando decidió que había que actuar en política les llevó apoyar la República. La CEDA tuvo fuerte implantación en regiones que cincuenta años antes habían sido carlistas. Después de febrero de 1936, desengañados sus jóvenes por el fracaso de la política inspirada por Herrera, pasarían a engrosar las filas de la Falange.
La oficialización de la Iglesia en la monarquía saguntina alejó de ella a carlistas que engrosaron las filas del socialismo y del anarquismo. Durante la Cruzada en las mismas tierras de Aragón que habían dominado las armas de Cabrera se implantaron las comunas anarquistas. En Mendavia (Navarra) la reivindicación secular de los inquilinos de las tierras de regadío que habían pertenecido al monasterio de Irache, tomó tintes socialistas durante la República. El lema que repetían de “¿por qué tenemos que pagar las rentas? ¡Si ellos robaron las huertas a los frailes!” era el mismo que cien años antes habían repetido sus abuelos carlistas.
Resumiendo: el vacío que el Carlismo fue dejando en el pueblo español, fue ocupado por otras doctrinas. En las Vascongadas y parte de Navarra, por el nacionalismo vasco.
Sabido es que cuando en el Pirineo se tala un bosque de hayas o robles, el espacio que queda libre es inmediatamente ocupado por coníferas. Eso no significa que las coníferas proceden de las hayas o los robles. Apliquemos el ejemplo a nuestro caso.
Apoyos liberales al nacionalismo
El nacionalismo vasco fue apoyado directamente desde Madrid por quienes tenían interés en debilitar al Carlismo. Un acuerdo entre Cánovas del Castillo, mientras tomaba aguas en Santa Águeda (Mondragón) y el obispo Piérola de Vitoria, dio lugar a que todos los párrocos vascongados sospechosos de Carlismo fueran sustituidos. Ahí comenzó el predominio nacionalista entre el clero.
Confiesa Engracia de Aranzadi en sus memorias sobre los primeros pasos del nacionalismo, que Sabino de Arana le aseguró que “En Madrid tenemos muchos apoyos”.
Don Alfonso (XIII) nombró, en tres ocasiones, a un nacionalista para alcalde de Bilbao. Lo denunció Prieto en el Parlamento en 1917 añadiendo: “con gobiernos liberales o conservadores, el nacionalismo ha sido apoyado desde Madrid”.
El mismo Don Alfonso, visitando Bilbao en 1909, pasó por delante del Batzoki de Begoña y saludó militarmente a la ikurriña que en el mismo ondeaba. La fotografía del hecho fue publicada en el Imparcial.
Eso en lo que se refiere a apoyos directos. Indirectamente el nacionalismo recibió ayuda después de la Cruzada como resultado de la absurda abolición de los Conciertos económicos de Vizcaya y Guipúzcoa. Posteriormente unos oficiales de Estado Mayor, en tareas de información a Carrero Blanco, calificaron de contraproducente la política que llevaba el Gobierno de debilitar al Carlismo para favorecer la sucesión de Franco en la persona de “el Motor del Cambio”.
Más de un politólogo actual, no carlista, no se explica las ventajas que el nacionalismo vasco obtuvo con el Estatuto que se les concedió y que no correspondían a la fuerza electoral con que contaban. Las disensiones entre Arzalluz y Garaicoechea han puesto en descubierto la ayuda de todo género que el nacionalismo recibió desde Madrid con motivo del cambio político.
Del Carlismo al nacionalismo hay ruptura, no evolución
De todo ello hemos sido víctimas los carlistas que ahora tenemos que aguantar el que unos y otros nos vinculen con el separatismo.
Admitiendo que ha habido un trasvase de grupos carlistas vascos al nacionalismo, no es menos cierto que también lo ha habido a otros partidos y no menos importante. Y ese trasvase ha sido el resultado de un cambio ideológico, en la persona que desertaba de nuestras filas previo, a la aceptación de la solución nacionalista.
Así Sabino de Arana y sus primeros seguidores se habían separado ya de D. Carlos VII por discrepar en la manera con que unos y otros veían la relación entre religión y política. La segunda oleada de desertores llegó acompañada de las ideas democristianas que había difundido Herrera Oria. No olvidemos, y esto es muy importante, que Aguirre y muchos de sus compañeros, pertenecían a la Asociación de Propagandistas. El PNV fue el pionero de la colaboración con los comunistas que poco después se pondrían en práctica otros partidos democristianos de Europa. La tercera oleada, la que nosotros hemos vivido, ha sido consecuencia de la difusión del marxismo en los años sesenta. Por eso no ha ido al PNV, sino a Herri Batasuna y ETA.
Orígenes liberales del nacionalismo
Pero no creamos que todo lo que el nacionalismo tiene hoy procede del Carlismo. Sabino de Arana habría fracasado si a su grupo no se hubieran incorporado los “euscalerriacos” con el naviero Sota a su frente. Estos, fueristas liberales, dieron al PNV la organización eficiente que permitió su posterior desarrollo. El nacionalismo salió de Bilbao, de ese Bilbao que algunos se empeñan en pintar como un bastión del liberalismo, y se fue implantando en los pueblos. La organización burocrática no surgió entre aldeanos, sino entre oficinistas de la capital.
Más aún, los primeros pueblos de Vizcaya, donde arraigó con fuerza, el nacionalismo fueron Bermeo y Lequeitio, que en la guerra de 1872 a 1876 se significaron por su rechazo al Carlismo. En mi pueblo todos los descendientes de los pocos voluntarios liberales que hubo, fueron la base de la organización nacionalista.
A primera vista existe, sobre todo para quien no está enterado y mira superficialmente (por desgracia la mayoría) una semejanza entre el fuerismo carlista y el nacionalismo. Incluso los nacionalistas citan a autores vascos, anteriores al liberalismo y extraen de sus textos conclusiones favorables a sus tesis. Si leemos nuestros Fueros con la mentalidad de quien cree que la ley es una mera expresión de la voluntad soberana del pueblo, llegamos a la falsa conclusión de igualar los Fueros al nacionalismo. Pero los Fueros no eran nacionalismo. Es la mentalidad revolucionaria y liberal la que hace ver en ellos no que no había. Y para ello tiene que forzar los textos y cambiar totalmente su naturaleza. En una palabra: es el propio liberalismo el que ha llevado a los seguidores de Sabino a ver nacionalismo donde no lo hay. Es el liberalismo el padre del nacionalismo. Y así lo ha reconocido el mismo Arzalluz cuando afirmó en un artículo de prensa que “el nacionalismo nace cuando los vascos asimilan los principios de la modernidad”.
Es curioso que el primer nacionalista vasco fuera el primer vasco agnóstico que fue enterrado civilmente. Se trataba de Agustín Chaho, vascofrancés. Vivió en tiempos de Zumalacárregui y calificó al movimiento carlista como “la rebelión de los vascos”. Se presentó a Zumalacárregui con tales pretensiones y tuvo que pasar la frontera a toda prisa. Fue el primer vasco que aceptó, con todas sus consecuencias, los principios de la modernidad.
Y esto podemos comprobarlo hoy examinando los fundamentos del Plan Ibarretxe. Son los del liberalismo contra el que lucharon los carlistas, también los vascos, del siglo XIX. Son los mismos en que se basa la vigente Constitución.
El mito que hoy circula
Relacionarlos con el Carlismo es mucho más que un error: es un engaño al que recurren conscientemente los nacionalistas en busca de una justificación histórica que no tienen. Necesitan héroes, personajes que se hayan distinguido en la lucha de los vascos por su independencia. Y no los encuentran. No pueden encontrarlos porque tal lucha nunca ha existido. Si tomamos los personajes históricos vascos anteriores al siglo XIX no hay ninguno que les pueda servir. Todos se hicieron famosos luchando por Dios, por la Patria y el Rey. Es en el siglo XIX cuando aparece Zumalácarregui en lucha contra otros españoles (pero siempre por Dios, la Patria y el Rey) A él se agarran los nacionalistas. Falsifican su figura; llegan a publicar en una de sus revistas una carta que Zumalacárregui nunca escribió, en la que el caudillo guipuzcoano exige a Don Carlos V que venga a jurar los Fueros y anuncia su intención de no luchar fuera de los límites del País vasconavarro. Otros luchadores carlistas verán su figura igualmente falsificada.
Al mismo engaño recurren los liberales de hoy, los denominados constitucionalistas. Fue Fraga Iribarne el primero en hacerlo. El mito comienza por presentar a Bilbao como un baluarte del liberalismo y la ilustración frente al cerrilismo de los aldeanos carlistas. Mentira total que hoy se atreven a sustentar incluso sesudos catedráticos de historia que no tienen, como los nacionalistas, la excusa de la ignorancia, por lo que hemos de atribuirlo a mala fe.
Mentira porque el Carlismo tuvo el apoyo no sólo de los campesinos, sino de los habitantes de muchas Villas donde el nivel cultural era tan alto o más que el de Bilbao. Mentira porque en ambas guerras los carlistas tenían muchos seguidores en Bilbao. En la primera, hubo quejas en el campo carlista porque D. Carlos no permitía el bombardeo de la Villa por no perjudicar a los numerosos partidarios que en ella tenía. En la segunda, los bilbaínos que abandonaron su hogar y pasaron al campo carlista llegaron a formar un batallón que mandó el Barón de Sangarrén. En Bilbao resistió, en ambas guerras, no la”invicta Villa” sino el ejército liberal. En las dos ocasiones la superioridad artillera de los sitiados sobre los sitiadores fue abrumadora.
Pero al maniqueísmo de unos y otros le va muy bien el esquema de los “buenos contra los malos”. Los “buenos” para unos son lo que luchan por los derechos de Euzkadi. Para otros los que luchan por la libertad. Por eso estos ocultan que en el ejército que rompió el cerco carlista venían Primo de Rivera (tío abuelo de José Antonio) y Milláns del Bosch, abuelo del conocido D. Jaime, a quien el haber peleado contra el Carlismo no le libró de ser asesinado en Madrid en 1936, cuando pasaba de los ochenta años.
La mentira que unos y otros mantienen sobre la historia es la que basa su actuación política presente. Unos y otros hablan de “libertad” a sabiendas que defienden los principios de la partitocracia que hoy tiraniza a los españoles. Ibarretxe pretende que la tiranía tenga etiqueta vasca. Sus contrarios se conforman con mantener una ficción de unidad que oculte o disimule el desastre al que el liberalismo ha llevado a España.
Unos y otros se basan en la mentira sin la cual no podría sostenerse este sistema que nos lleva al caos. Mejor dicho: nos ha llevado ya y estamos en él. De los españoles depende el que nos demos cuenta del engaño en que nos tiene y reaccionemos contra él.