Ya hemos colocado el fulminante ¿Cuándo estallará la bomba?

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04.03.08. La bomba ya estaba preparada. La declaración unilateral de independencia y su consiguiente reconocimiento por algunos estados europeos ha supuesto la colocación del fulminante. La bomba puede estallar en cualquier momento, sin que podamos predecir sus consecuencias.

Hasta la Revolución francesa era la religión el elemento que cohesionaba a los pueblos. El Rey marcaba los límites de sus dominios. Eliminada la primera de la vida pública y guillotinado el segundo, se hubo de recurrir al concepto de nación como depositaria de la soberanía y dueña absoluta de sus destinos. Una ficción a la que la filosofía idealista alemana la dotó de contenido. De contenido idealista, no real.

Según la definición de nación formulada por Fichte, Alsacia y Lorena pertenecían a la nación alemana. Para justificar su pertenencia a Francia Renán hubo de dar otra definición de nación. Bajo el signo del nacionalismo se realizaron las unificaciones alemana e italiana en el siglo XIX.

El Imperio de los Habsburgos agrupó distintas naciones y mantuvo una unidad hasta el final de la guerra del catorce. Un billete de mil coronas, emitido en Viena en 1902 indica su valor con letras en nueve idiomas. Seis de ellos son eslavos y dos emplean el alfabeto cirílico. Además de los consabidos alemán y húngaro, el italiano completa la tríada restante. Un verdadero mosaico de pueblos y lengua al que no se podía aplicar ningún principio nacionalista y al que mantenía unido un viejo Emperador.

No se podía aplicar y se aplicó. Contra toda experiencia histórica se descuartizó el Imperio. Parte de sus restos se convirtieron en nuevos estados y otra parte se unieron a estados ya existentes. Ninguno de los nuevos estados consiguió una unidad nacional salvo Austria (alemana) y Hungría (magiar). Pero en los nuevos estados quedaron incluidas importantes minorías alemanas y húngaras. El descontento generado fue enorme. Las reivindicaciones nacionalistas superaron a las existentes antes de 1914. Se quiso liberar a determinados pueblos de la dominación de la Dinastía que los venía gobernando y se entregó a los mismos pueblos a la dominación de otros pueblos.

Los conflictos generados fueron aprovechados por Hitler que con los restos del Imperio construyó su III Reich y se dotó de una serie de estados satélites.

A partir de 1945, un imperio comunista mantuvo en silencio las aspiraciones nacionalistas y dio a Europa una momentánea paz.

Mientras tanto, tres políticos católicos, que se entendían entre ellos en alemán, intentan superar los sueños nacionalistas. A la vista de los desastres que las guerras habían producido, promueven una unidad Europea. Incluso dan los primeros pasos. La actual Unión europea no habría sido posible sin su iniciativa, inspirada por la tradición católica. No cabe la menor duda que el cristianismo, aunque relegado a un segundo plano por la Revolución, amortiguaba los impulsos del nacionalismo y contribuía a mantener una unidad precaria, pero suficiente para el momento.

El progresivo abandono de los valores cristianos por los estados de Europa, que ha llegado a olvidar sus raíces en su proyecto de Constitución,  ha originado un vacío que ha sido ocupado por el nacionalismo. La burocracia de Bruselas y de Estrasburgo nos oculta que se está quedando sin base. Que el nacionalismo florece por toda Europa. Los alemanes ya no cantan “Strassburg, Strassburg, wünderschöne Stadt “, con que querían manifestar sus aspiraciones sobre Alsacia y Lorena. Pero valones y flamencos se odian. Los mismos que en 1830 se rebelaran unidos contra la calvinista Holanda en defensa de la catolicidad heredada de la gobernación española, hoy no se pueden ni ver. Yo no salía de mi asombro cuando en 1976 viajé a Gante (Flandes) y me encontré con que el taxista me contestaba en inglés, la recepcionista del hotel en un español de primer curso y un ingeniero de la fábrica que visitaba, me dijo que prefería hablar alemán. Todo por no utilizar el francés que conocían mejor que un servidor.

Cierto es que Kosovo hoy está habitado por una mayoría de población albanesa. Pero casos como el de Kosovo se dan por toda Europa. Una mirada sobre los tratados de geografía nos demuestra la dispersión de minorías de otras etnias en cada uno de los estados de Europa central y balcánica.

El reconocimiento de la independencia de Kosovo es un estímulo a esas minorías para que reclamen, con las mismas razones, su independencia o agregación a otro estado limítrofe para configurar los estados a base de una homogeneidad étnica. Algo imposible. Exigiría grandes movimientos de población, a los que se negarían los propios afectados. Pero cuando los nacionalistas exponen sus aspiraciones independentistas, evitan tratar de las consecuencias.  Excitan el deseo, pero no dicen toda la verdad que podría matarlo. Y mantienen vivos el descontento y la insolidaridad.

El nacionalismo que nos trajo la Revolución está llegando a sus últimas consecuencias. Los esfuerzos de los padres de la Europa moderna han quedado baldíos. La unidad, a la que aparentemente hemos llegado, carece de principio de cohesión. Faltos del mismo no nos queda más que la acción disolvente de los nacionalismos. La bomba que estaba preparada ya ha recibido  el fulminante. ¿Cuándo estallará?

Carlos Ibáñez Quintana