Discurso Javier Garisoain. Cerro de los Ángeles 2009
24.11.09. Qué podría yo contar ante este plantel de carlistas hechos y derechos, luchadores de los años difíciles; a estos estudiosos de la verdad que saben mucho más que yo; a esta juventud que todavía no sabe dónde se ha metido; a estas margaritas aguerridas y valientes; a una familia de familias que son auténticas dinastías venerables como los antiguos clanes; a este pequeño pueblo carlista de gloriosa historia y misterioso futuro…
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Seguro que si me arranco puedo decir muchas cosas, porque el hecho de ser secretario general de la Comunión Tradicionalista Carlista no solo es un honor y una responsabilidad muy grande. Supone además tener un punto de vista único para entrever, dentro de las flaquezas y debilidades humanas, cuál es nuestro papel en el momento histórico que estamos viviendo y, sobretodo, cual ha de ser ese papel en los próximos años. No soy profeta, pero soy carlista. Pertenezco a una Comunión de hombres y de mujeres libres que libremente llevan ya en tres siglos denunciando que lo que se planta torcido crece torcido. Y que llevan ya en tres siglos no solo denunciando los males sino también anunciando el remedio. O al menos la dirección en la que deberían encaminarse nuestros esfuerzos para conseguir una sociedad más justa, más libre, más humana, más como Dios manda.
Por eso una vez al año nos reunimos aquí, en el centro geográfico de la España Peninsular, en la víspera de Cristo Rey: para reafirmarnos en los grandes fundamentos metapolíticos que nos hacen ser carlistas. No venimos hoy a criticar cada una de las líneas presupuestarias. No venimos a engañar a nadie diciendo que nosotros vamos a acabar con la crisis del ladrillo, o con la del empleo, ni siquiera con la de los piratas de Somalia. Todo eso nos preocupa, naturalmente, pero solo es la añadidura. Nosotros venimos, y está bien que así lo hagamos al menos una vez al año, para decir con toda sencillez, como políticos preocupados por la vida política, sin creernos mejores que nadie, que o se pone el fundamento de todo en Dios o vamos, como sociedad, al más absoluto de los fracasos.
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Habéis de saber que al decir esto estamos cada día más en lo que hay que estar, y si se me permite la expresión frívola, que cada día estamos más de moda. Porque cada vez son más los cristianos que se dan cuenta de que la imposición de la nueva religión laicista y totalitaria solamente puede detenerse con la afirmación de los principios de la tradición política cristiana. Ayer mismo, en el Congreso de Católicos y Vida Pública que se está celebrando estos días en Madrid, pude oír algunas cosas muy interesantes. Nadie pronunció nuestro lema “Nada sin Dios”, pero hubo quien dijo que sin la luz de la fe la razón queda ciega. No dieron demasiadas vueltas a la palabra “Patria”, pero no se hablaba mas que del bien común. Tampoco salieron los fueros a relucir, pero hubo quien defendía la necesidad de crear “espacios de libertad”. Nadie -excepto nosotros- tuvo la ocurrencia de hablar de la Monarquía Tradicional, pero ante el desastre de esta partitocracia corrupta, muchos están de acuerdo con nosotros en que “el sistema es el problema” y por eso sueñan con un gobierno estable, independiente, apartidista, limitado.
Tenemos pues que asumir un papel que consiste en decir a nuestros compatriotas: sí, es posible que España sea como Dios manda. Que es posible que España sea lo que fue y lo que en el fondo es. Que España sea ella misma.
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Dejadme que os proponga tres intenciones, tres recetas, para llevar con la mayor dignidad posible el tremendo papel que tenemos por delante.
Primero: Amemos a España… o lo que es lo mismo: queramos a la gente
ソDe qué nos serviría hacer de la Comunión un club de cascarrabias? Que nunca nos quedemos en esas típicas expresiones antipáticas: “la gente está fatal” o “a dónde vamos a parar”. Eso que lo digan los liberales y los conservadores que siembran vientos y se sorprenden de las tempestades. Nosotros queramos a la gente, a los que nos entienden y a los que no, a los que nos insultan y a los que por ignorancia solo saben destruir. Hagamos entre todos que la Comunión sea como una madre para todos los españoles huérfanos de una Patria verdadera. Queramos a la gente. El amor siempre da fruto. No confundamos el amor con la blandenguería. Pero no confundamos tampoco el vigor con la antipatía. Amemos a nuestros compatriotas. Seamos comprensivos, amables, tolerantes con ellos hasta el límite. ソQuién sabe dónde estaríamos cada uno de nosotros si no nos hubieran traído aquí?. ソEs que alguno de nosotros se ha hecho carlista a sí mismo?
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Segundo: Sirvamos, y entendamos a la Comunión como lo que es: un medio.
Y nada más que un medio, rodeado de riesgos. Un instrumento que se inventó para ser usado, utilizado. Si se nos estropea por el uso ya lo arreglaremos. Si se nos ensucia ya lo limpiaremos. ソDe qué sirve tener la mejor motocicleta del mundo si no la sacamos del garaje? Aprendamos a reírnos un poco más de nosotros mismos. No nos tomemos demasiado en serio. No tengamos miedo a equivocarnos o a hacer el ridículo. Los principios son sagrados pero nosotros no somos sacerdotes de la política, ni siquiera pastores de la política. Como mucho seremos perros de pastor. Rebajemos el concepto que tenemos de nosotros mismos, seamos humildes en lo que a nuestras pobres fuerzas respecta. Si nos descuidamos un poco dándonos demasiada importancia podríamos llegar a hacer de nuestro carlismo una especie de manía, un vicio. Pero el carlismo no es un vicio: es un servicio.
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Tercero: Seamos ambiciosos, o sea, valientes.
Si nos cerramos pensando que somos un resto incontaminado y puro acabaremos desapareciendo como una pastilla de jabón en el agua. Pero si por el contrario somos amables y serviciales entonces creceremos. La Comunión no tiene sentido si nos conformamos con ser los que somos ahora. Tenemos que proponernos metas y objetivos de crecimiento realistas; incrementar lo antes posible al doble, por ejemplo, el actual número de afiliados; contar, por ejemplo, con una base social de varias decenas de miles de personas; dotar a nuestra organización, por ejemplo, con el trabajo de varias personas liberadas; trabajar sin descanso para que también en las instituciones públicas llegue la voz de la Tradición; hacer en fin que la Comunión se institucionalice cada día más, para que si uno, por ejemplo, se echa novia o si a otro le atropella un coche ni uno ni otro “accidente” suponga la paralización de la actividad normal.
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Amor, servicio, valor. Son tres palabras grandilocuentes que tenemos que llevar a la arena política. Ha llegado el acto del Cerro. Tenía que hablar. Y esto es lo que único que se me ha ocurrido. Amor, servicio, valor. No creo que sean cosas mías o recetas personales. Es lo que veo por estar donde estoy. Es lo que entiendo que todos nosotros, como Comunión, tenemos que entregar ahora. Amar, servir y valer son principios eternos que encajan como anillo al dedo en nuestra situación y responsabilidad actual. Tened mucho ánimo. Si cada uno de nosotros cumple con la parte que le toca veremos cosas grandes. No soy profeta… sólo soy carlista.
Javier Garisoain