El primer engaño

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19.01.2010. La democracia nos engatusa con ofrecernos la posibilidad de elegir nuestros gobernantes. Aquí  hay dos engaños. El primero depende de los que prometen. Dados los mecanismos  por los que funciona  la democracia es mentira que podamos elegir nuestros gobernantes. Elegimos un partido y ese partido designa los gobernantes.
El segundo engaño depende de nosotros mismos. Mejor dicho de aquellos de entre nosotros que se dejan ilusionar.
¿Tan importante es decidir quién nos ha de gobernar? No sabemos nada sobre la persona que nos presentan; de modo que elegimos a ciegas. Y si lo pensamos bien, ¿qué más da que nos gobierne Juan o Pedro? Partiendo de la suposición de una igualdad de aptitudes y de buenas intenciones entre los distintos candidatos, van a terminar haciendo lo mismo. En la democracia que soportamos hemos visto a Felipe González prometer que no entraríamos en la OTAN y luego nos metió en ella. Y no le criticamos por ello, ya que es algo que le venía impuesto.
Más claro: cuando tomamos un autobús de servicio público, no nos preocupa la persona del conductor. Garantizada por la empresa la aptitud de la persona que pone al volante, sabemos que en la ruta va a hacer lo necesario para llegar bien al final. Pues poco más o menos es lo que ocurre con los gobernantes.
Más importante que elegir quien ha de mandar es que se nos ofrezca a los ciudadanos la posibilidad de influir en cómo ha de mandar. Que podamos poner barreras a sus posibles abusos. Que el sistema permita a los cuerpos intermedios resolver sus problemas sin intromisión del Estado. Que se nos faciliten cauces para una efectiva participación en la vida pública. Y decimos “efectiva” porque esto de votar cada cierto tiempo no es realmente participar. Además de lo caras que salen las convocatorias electorales.
Nos ofrecen participar en algo que no nos interesa tanto. Que se está demostrando que no interesa, por la creciente abstención en todas las elecciones y en todos los países. Y lo que nos hace falta es una auténtica libertad para decidir, día a día, en cuestiones vitales para nosotros, nuestras familias y nuestras comunidades políticas. Y eso se los guardan ellos. Mejor dicho no nos lo devuelven después de habérnoslo quitado.
Que no nos vengan con engaños. Los carlistas, al menos, estamos hartos de ilusionismos. Que no nos hablen de Libertad de papel cuando nos niegan las libertades concretas que disfrutaron nuestros mayores.
Carlos Ibáñez Quintana